Cerrar
Publicado por
Miguel Pérez Cabanas
León

Creado:

Actualizado:

Seguramente ese político ya no se acuerda (cómo se va a acordar, si el que esto firma era, y seguramente sigue siendo, un mindundis), pero hace veinte años otra compañera y yo, que entonces trabajábamos para cierto organismo público, le oímos decir en un despacho suntuoso que él se consideraba un «ave de paso» (no especificó de qué especie) y que su presencia en aquella venerable institución era puramente testimonial. Ya digo, han pasado dos décadas y este hombre de larga trayectoria política y dudosa popularidad (recientemente dijo, como si fuese un reyezuelo, que estaba pensando en su sucesor), lejos de convertirse en, metafóricamente hablando, una golondrina, se ha acabado pareciendo a una de esas gallináceas que viven confortablemente instaladas en los establos de la corte. Qué asombrosa querencia por el nidal tienen estos políticos. Los que se van de verdad, y a centenares, son los jóvenes cualificados de este país, muchos de ellos leoneses, porque no tienen dónde caerse muertos. Más competentes y formados que nunca, no les queda otra que tirar de petate y, como en los mejores tiempos de la emigración masiva española, buscarse la vida por los terruños de Europa («Vente, Pepe, que aquí no hay pulgas»). Se me dirá que después de todo eso no constituye una tragedia, que al fin y al cabo los chinos y los yanques, que son los que se reparten de momento el pastel, lo hacen continuamente, desplazándose miles de kilómetros en busca de trabajo dentro y fuera de sus países. Pero el tema no sólo es el drama particular de abandonar tu patria forzadamente, sino lo que eso implica por partida doble: por una parte, nuestra incapacidad por retener a los más brillantes y emprendedores y por otra, no lo olvidemos, el derroche que supone formar a una generación de jóvenes que ejercerán sus competencias fuera de aquí. Nos quedaríamos, si me permiten el símil, igual que esos novios galantes que, después de cortejar durante meses a la chica, ven como un rubiales pudiente que pasaba por allí se la lleva del brazo. El rubiales, claro, es alemán y el novio, boina en mano, el españolito con cara de tonto y sabañones. Al que no se le queda cara de tonto, desde luego, es al político con alma de ornitólogo.

Cargando contenidos...