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LA ESPUMA DELOS DÍAS

Teoría de los ríos subversivos

Publicado por
José L. Suárez Roca
León

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Hay una Provincia de la Depresión, palpable en las tabernas y en las aldeas, en los talleres, en los comercios, en las calles de tu barri o... Hay una provincia estacionada en el arrabal de la desolación. ¿A quiénes adjudicar el decaimiento de este país del Noroeste en absoluto imaginario? Esta calle solitaria por la que no hace mucho tiempo inaugurábamos la noche... y ahora marchamos en silencio como burlando la nada en los portales... Me pregunto de qué sirve llamar «¡hijos de puta!» a quienes han venido apuntalando los pilares de estas ruinas. Ahí, en esa esquina de la plaza, se ha cerrado otro Café. Esta provincia que escupía aullidos proletarios, de indomables picadores de la mina y recios labradores, esta provincia de robles absolutos y vencejos anarquistas, parece que ha olvidado el camino exacto del progreso. Allá, en aquella aldea a orillas del Torío, dejaron de mugir las últimas vacas medievales. Provincia de hortelanos trastornados que ya no creen en la Revolución de los Almendros. Podéis oír en los oteros de los cuatro puntos cardinales los balidos violentos de todas sus ovejas. Y eso que aún no hemos tocado el fondo. Pero vuelvo a preguntarte de qué sirve llamar «hijos de perra» a quienes nos han arrojado a esta corriente del desánimo-¦ Ellos han decidido que se harán internar en una clínica si no les sale bien el negocio de la flauta. Ella sabe un poco de francés, pero no se irá de aquí hasta que se muera. Y a él lo que más le gusta en este mundo es la pesca de la trucha en los ríos del norte. Provincia de álamos atolondrados que va desamueblándose sin pena y sin rabia. Ella está leyendo ahora una biografía de Virginia Woolf, cómo fue «su última mirada desde dentro del agua». Él está afinando su flauta, y de repente pasa una nube en pantalones, una nube amarilla y futurista, y la coge como si fuera hija suya, la acaricia, y la pone a descansar sobre el regazo de ella. Provincia de lumbreras escolásticas, con su olor a membrillos corrompidos y a celdas de monasterios arruinados. Como si le hubieran castrado las semillas de la reproducción. Ella es de la cuenca del Sil, de un pueblo minero grande que se resigna al naufragio diario de sus casas. Pero a él lo que más le gusta en este mundo es la pesca de la trucha en los ríos eléctricos del norte. Viste una camisa roja y con pentagramas de músico insurgente va tejiendo otra amapola negra. Provincia con más de treinta ríos subversivos que podrían salirse de madre y precipitarse como lobos contra esta tierra anestesiada, a reclamarnos más cojones y más vergüenza. «Me fui de pesca al río Luna y pesqué una preciosa trucha arco iris, pero una vez que dejó de latir sólo podía pensar en el ruido de mi cuerpo sobre el agua, río abajo...».

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