Diario de León
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Que un aeropuerto en el que se han invertido más de 80 millones de euros, de los que 22 millones corresponden a la flamante terminal inaugurada el pasado 11 de octubre por el presidente del Gobierno, se quede sin cafetería por falta de clientes sólo puede ser calificado de ridículo o esperpéntico. Ese aeropuerto está aquí, es el de León, un aeropuerto con capacidad para gestionar el paso de un millón de pasajeros al año -según destacó el ministro José Blanco durante la inauguración de la terminal- pero incapaz de servir un café con leche. Pese a que se mejoraron las condiciones, el concesionario ha acabado tirando la toalla, a la vista de lo magro del negocio, y dijo adiós. 112 días ha permanecido abierta la cafetería en la nueva terminal desde su apertura.

Lo ocurrido no es una simple anécdota, es la constatación de cómo la dura realidad se acaba imponiendo y pone al descubierto la desmesura de un proyecto y la insoportable alegría con la que se maneja el diner o público. Decir esto no es tirar piedras sobre nuestro tejado sino reconocer que las cosas se podrían haber hecho de otro modo. No se pueden comenzar las casas por el tejado y aquí se ha hecho. Se hizo con el imponente mausoleo que es el estadio Reino de León, un pozo sin fondo que, si se añade la caótica situación de la Cultural, se eleva a los cielos del absurdo. Y se ha hecho también con el aeropuerto con unas inversiones que, ahora se ve con meridiana claridad, no estaban ajustadas a lo que la realidad de nuestra provincia, las estadísticas, la situación de la economía y el sentido común recomendaban. Desde las instituciones se puede y se debe apoyar el despegue de un aeropuerto -que es un importante elemento de dinamización económica- pero con mesura y con racionalidad. Como estamos comprobando no pueden inventarse ni los vuelos, ni los pasajeros porque eso depende directamente de factores objetivos: de las compañías, de la realidad social, de las reglas del mercado y de la coyuntura económica que, lamentablemente, también ha jugado muy negativamente en este caso. Hemos vuelto a jugar a nuevos ricos y así nos va. Ni para un café.

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