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La corrupción pudre la democracia. Raro es el día en el que no trascienden los infamantes detalles de nuevos casos de entramados nacidos para hacer dinero aprovechando las relaciones políticas. Ningún partido se salva y algunos tienen bajo sospecha, cuando no directamente imputados, a más de un dirigente político. Ahora se ha destapado en Andalucía una trama fraudulenta ideada, según los datos publicados, para cobrar ilícitamente primas de jubilación. Es, al parecer, una hijuela del caso Mercasevilla que en este nuevo tentáculo remite a funcionarios corruptos de la Junta. De «fondo de reptiles» habló un ex director general de Trabajo, cuando quiso describir el pufo que la justicia deberá investigar. Antes -y, ya llega tarde-, Griñán, el presidente de la Junta, debería haber dado una explicación a los ciudadanos asumiendo la responsabilidad que apareja el no haber advertido la existencia de semejante cáncer.

En Andalucía esperan las explicaciones del PSOE y en Valencia desesperan de que Camps aclare las circunstancias en las que pudo prosperar la trama de tráfico de influencias y negocios corruptos organizada por Francisco Correa; trama que también cosechaba en Madrid a partir de las relaciones de éste empresario con altos dirigentes del PP. En Barcelona, en Convergencia, miran hacia otra parte cada vez que alguien pregunta por Millet, el saqueador confeso del Palau. En Mallorca la Fiscalía sigue destejiendo la madeja de presuntos cobros de comisiones ilícitas (caso Palma Arena) en la que está imputado el ex presidente y ex ministro Jaume Matas. En Asturias está preso un consejero; en Galicia varios alcaldes... Y así hasta un total de ochocientos casos.

La última encuesta del CIS proclama la mala opinión que tienen los ciudadanos de los políticos. Los consideran uno de los tres principales problemas que tiene España. Se trata, sin duda, de una exageración, puesto que entre los políticos hay de todo y muchos son gente de probada honradez. Cosa diferente es la escasa disposición que acreditan para cortar por lo sano cuando entre los suyos se detecta a alguien que tiene los dedos largos. Ahí prima el patriotismo de partido. Es un error. Peor aún, un nuevo tipo fascismo que ya no vendrá con correajes y botas altas, pero fascismo a fin de cuentas.