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Publicado por
MIGUEL ÁNGEL VARELA
León

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E n la Rusia soviética circulaba un chiste que resumía a la perfección las claves del sistema: «nosotros simulamos que trabajamos y ellos simulan que nos pagan». La simulación del capitalismo real ha perfeccionado la máxima del fenecido socialismo irreal. Aquí la simulación es también la base del sistema pero con formas notablemente mejoradas. Simulamos que elegimos a un gobierno aunque el poder real siga en manos de los mercados, ese misterioso ente al que nos referimos en plural no sé si porque hay más de uno o porque así asusta más. Simulamos tener un gobierno de izquierdas, y aunque tome las mismas medidas que aplicaría un gobierno de derechas todavía teorizamos sobre las diferencias ideológicas. Hacemos como si produjéramos cosas pese a que sabemos que lo que realmente mueve el mundo es una fantasía económica basada en suposiciones especulativas sobre el futuro, es decir, basadas en una simulación. Simulamos, en fin, amarnos o respetarnos por puro instinto de supervivencia social, para fingir que no conocemos el contenido del extenso muestrario de crueldades que estamos dispuestos a practicar en cuanto se nos da la más mínima oportunidad.

Por eso no entiendo las ácidas críticas que ha recibido la ministra de Sanidad, Leire Pajín, cuando ha recordado que la actual ley antitabaco no permite fumar en los escenarios de recintos cerrados y, por ello, ha animado a las compañías teatrales a buscar «otras fórmulas» para «simular que uno fuma sin necesidad de fumar». Esto ha sucedido después de que un atento ciudadano haya denunciado a un teatro barcelonés, donde los actores que representaban el musical Hair fumaban con deleite en escena mientras invitaban a practicar el sexo libre y la no-violencia, aunque esto último no ha motivado, de momento, ninguna denuncia. Este arquetipo de honrado ciudadano también simula cumplir a rajatabla la Ley y acabará denunciando a Lope de Vega por fomentar la violencia de género y a Shakespeare por alentar el racismo. Este cumplidor ciudadano mantiene esa afición, tan española, a la delación, convirtiéndose en un malsín, como nos ha enseñado Francisco Rico, otro fumador que simula no fumar.

Tiene razón la preclara ministra. Tenemos que mejorar en materia de simulación. Simulemos que votamos, que pagamos impuestos, que opinamos, que ejercemos los simulados derechos ciudadanos y así estaremos más cerca de la felicidad simulada de Aldous Huxley. «No creo en la verdad, porque supedita la defensa a los hechos», viene a decir el cínico abogado que interpreta Toni Cantó en la obra Razas donde, por si le interesa a algún lector malsín, se fuma mucho. La verdad cotiza a la baja en el mercado de la existencia. Suben sin embargo los valores basados en el (di)simulo.

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