LA ASPILLERA
Cenizas en Riaño
Caían las cenizas de Leoncio del Campo Burón a las aguas del embalse de Riaño. El sábado era uno de esos días transparentes y quietos en los que el Yordas aprovecha para acicalarse en ese gran espejo de agua que nació de la ambición. Una veintena de personas se apretujaban en el largo viaducto bajo el que aún se revuelven los fantasmas. Leoncio quiso que su memoria descansara precisamente allí en ese valle perdido que fue lo último que vieron los ojos de su padre. Él era un niño entonces pero cada día oía la palabra guerra, tan ajena a aquellas praderías. Caían las cenizas como una lluvia de días, de meses, de años, y se cerraba un ciclo que había nacido precisamente ese mal día de las vilezas, allá en Bachende. Pocas veces he comprendido tan nítidamente la necesidad de hacer justicia con la memoria. Habla Héctor Abad, en un libro hermoso, del olvido que seremos pero hay ocasiones en las que no puede ni debe haber lugar ni tiempo para el olvido. Eso es justamente lo que hacían allí su esposa Rogelia, sus dos hijos, sus cuatro nietos, sus hermanos y un grupo de amigos de su valle, Valdeón, y de Francia, su patria adoptiva: no dar lugar al olvido. Allí había una familia unida, herida, pero orgullosa de la herencia de honradez y lucha que ha sido el mejor legado de su padre.
La guerra era también el estigma que, unida a una precariedad extrema, obligaba a mirar hacia el norte. Leoncio, como hicieron tantos de aquella generación lacerada, cruzó los Pirineos y se asentó en Francia. En el equipaje, sus ganas de luchar y el amor por su esposa. Acabó en Bourges, en la fábrica Michelin, donde trabajaron muchos españoles, y allí se ganó el respeto y la consideración de todos por su espíritu inquieto y desprendido, siempre dispuesto a ayudar y a defender causas que consideraba justas. En Bourges conoció a un periodista, Jacky Bavouset, que se convertiría en uno de sus grandes amigos. Con él tramó una aventura que al final fructificó: el hermanamiento entre Annoix, pequeña localidad próxima a Bourges, y Posada de Valdeón. Fue hace 25 años y desde entonces ha ido creciendo una fecunda amistad entre ambos pueblos. Ese tipo de amistades que son las que de verdad van tejiendo la Europa que necesitamos.
Fue el del sábado un acto íntimo y lleno de verdad. Pero fue también, y quizá sobre todo, un acto de justicia. Es justo también que aquí quede la memoria de un hombre honrado.