De caza

Los antiguos egipcios creían que el cerebro no vale gran cosa, pues en realidad no sirve para nada serio. Y parece ser que no les faltaba razón, en vista de la estadística que coloca a León en cabeza de algo tangible y verificable. No se trata de un galardón especialmente glorioso, pues nuestra ciudad encabeza el listado nacional de atropellos en el casco urbano. ¡Córcholis! Según datos recabados por la Dirección General de Tráfico, la cordial invitación que recibimos los peatones para convertirnos en puré viene cursada, mayoritariamente, por esos coches que son la apoteosis de todo lo deslumbrante. Demostrando que además de ladrar también saben morder, los segmentos de población que sufren especialmente la ira del todopoderoso automovilista, transformado al volante en una fortaleza rocosa de fe y certidumbre, se consignan entre los niños y los ancianos, víctimas propiciatorias de los cacharritos del progreso que son los coches.

Nada nuevo, por otra parte, ya que se masca el miedo cuando te cruzas por calles y plazas con esos cazadores de mirada de halcón y mandíbula de acero que consideran los pasos de cebra como un melindre para nenazas. Para mayor agravio, de sus bocas de buzón suele surgir una alfombra de carantoñas y ternezas verbales dedicadas a todo aquel incauto que se atreva a sortear sus arteras maniobras con el pico de la muleta y balbucear un tímido: ¿De qué vas, plexiglás? Moviéndonos siempre en el filo de la navaja, los caminantes debemos solventar semejante combate callejero sin hacernos notar demasiado, pues siempre es mejor perder una discusión que perder un ojo. Y así cantan luego las cifras. Ya saben, pues, sigan las recomendaciones de la DGT si quieren llegar a final de mes: pies para que os quiero.