CUARTO CRECIENTE
Sin mangas
Empezó vendiendo botas camperas y zapatillas en una vieja tienda de calzado venida a menos. Los que la conocieron, cuentan que aquella zapatería acabó pareciéndose a los negocios de Carnaby Street o del Barrio Latino de París, pero en medio de Cacabelos. José Luis Prada Méndez sólo era un adolescente y todavía cabía en las mangas de una camisa.
Viendo que funcionaba lo de las botas, y los ponchos, y los pachulis, Prada, que había hecho la mili en la Legión y había vuelto de África sin mangas de camisa, comenzó a envasar cerezas en aguardiente para venderlas en la zapatería. Eran los años setenta y hasta el Bierzo llegaban de vacaciones emigrantes residentes en Francia, Alemania y Suiza que volvían a sus casas con los tarros de Prada en las maletas mientras conducían por aquellas carreteras del final del franquismo.
Las cerezas le llevaron al pimiento. Y el pimiento a las castañas en almíbar. La gente le identificaba por sus gafas de sol y por el extravagante Renault 8 de puertas de madera, pintado como si lo hubieran fabricado en el Verano del Amor. Prada comenzaba a ir a tope. Y a tope ha sido su lema desde entonces.
Ya no era ningún jovenzuelo cuando decidió calzar mejor su negocio y convertir el antiguo Hospital de San Lázaro en un restaurante cotizado y en un taller de productos artesanos. Por entonces, en España había dos Moncloas; la del presidente Suárez, Calvo Sotelo o Felipe González y la de Prada A Tope en Cacabelos.
Luego llegó el Palacio de Canedo, los viñedos, las franquicias, el paisaje. Prada tuvo que aparcar el Renault 8, demasiado viejo para andar rodando por las carreteras de la democracia, se separó de su esposa, dejó La Moncloa, pero salió elegido alcalde dos veces. Y no se dejó crecer las mangas.
De hecho, aunque le han llovido los elogios por creer en lo que hace, por defender el campo y la arquitectura rural, Prada sigue sin guardarse nada en la manga y dice lo que piensa. «Hay que lavar la ropa dentro de casa», afirmó el pasado viernes, durante la entrega de la Castaña de Oro que concede su fundación, tirando de las orejas a los bodegueros que han expresado su malestar con la gestión del Consejo Regulador a través de este periódico. Y estoy de acuerdo. Completamente de acuerdo. La ropa sucia se lava dentro de casa, pero las manchas del vino secan mejor al sol.