TRIBUNA
El despertar de los pueblos
Lo mismo que las semillas, después de un tiempo de germinación, en la oscuridad, comienzan a removerse y terminan haciendo su aparición al exterior, y así como el ser humano individual, después de un período de infancia y pubertad, despierta a la edad adulta, con una conciencia de su propia individualidad y un deseo de libertad; así también los pueblos, en su conjunto, después de una etapa de aprendizaje, a través de múltiples pruebas y dificultades, de sometimiento y de dolor (que ha constituido su fase de germinación), despiertan de su letargo porque les ha llegado la hora de salir a la luz, de manifestar su deseo de libertad, de acabar con la esclavitud y la opresión, y exigen participar en su propio futuro.
Es el grito de libertad que tantos pueblos del mundo han protagonizado, a lo largo de la historia humana; es el despertar de una energía inteligente, que está presente en cada ser humano y en cada pueblo. Con este primer despertar, los pueblos manifiestan que han terminado su etapa infantil, en que han sido (o mejor, deberían haber sido) guiados, ya que en realidad han sido, más bien, sometidos. Pero ahora, ellos quieren guiarse a sí mismos, o al menos, participar en su propio caminar, no que les dirijan. Este grito de libertad es uno de los hitos más importantes de la historia de cada pueblo, que marca un antes y un después en su vida. Esta conquista de la libertad es la llegada a la edad adulta, a la que tiende todo pueblo, como todo ser individual. A partir de ese momento, nada ha de ser ya igual; el súbdito comienza a sentirse ciudadano y a exigir su participación en la sociedad.
Este es el momento por el que atraviesan diversos pueblos del mundo, y en especial, ahora, el pueblo árabe. Cada uno tiene su hora, de acuerdo a su idiosincrasia, su historia y su cultura. Olvidar este hecho puede resultar dramático, pues los pueblos, como las semillas, cuando les llega su hora, no pueden permanecer ya en la oscuridad, y por un imperativo natural, han de salir a la luz aunque les cueste la vida. El deber de los pueblos que han despertado antes, es ayudar a despertar a aquel al que le ha llegado su hora, al igual que los mayores deben ayudar a los menores en su caminar. Es la solidaridad natural, sin la cual la humanidad -como los otros reinos de la naturaleza- terminaría desintegrándose. Pero esta ayuda exterior ha de llegar en el respeto a los derechos humanos de todos y a la idiosincrasia propia de cada pueblo, no imponiendo nuestra particular visión del mundo.
Pero he aquí que el ser humano y los pueblos tienen una tendencia a dormirse una y otra vez, con el peligro que ello entraña. Recordemos lo que pasa en el reino animal; el más despierto, el más espabilado, se zampa al que está dormido, al descuidado. Algo parecido ocurre a los pueblos que, después de su primer despertar, vuelven a dormirse llevados por la comodidad del llamado «estado del bienestar» y por el consumismo, que llevan a la pasividad, la ceguera y la sumisión. Es el momento justo, en que los políticos en el poder, si bien no pueden volver a la situación de dominio de los sistemas dictatoriales, intentan aprovechar la ocasión para afianzar aún más sus privilegios, ante esa abulia colectiva de los ciudadanos.
De esta lección, que los españoles conocemos bien en este difícil momento, hemos de extraer unas conclusiones. Las democracias suelen generar un gran consumismo que desemboca siempre en actitudes egoístas e individualistas y en una gran apatía de parte de los ciudadanos, al comprobar también que las cosas no son, en realidad ahora, como uno había imaginado antes. Este desencanto social suele ser aprovechado por los políticos para hacer de las suyas, y todo ello crea un clima social y político, en que cada uno va a lo suyo, a lo personal, en vez de a lo de todos, a lo colectivo. ¿No es esto, de alguna manera, lo que ha llevado a esta situación mundial de insolidaridad, de «sálvese quien pueda»?
Quizás sea éste uno de los momentos de mayor peligro en la evolución y el progreso de los pueblos. Debido a que vivimos en un mundo cada vez más interconectado e interrelacionado, corremos el riesgo de arrastrar a los pueblos a la desesperación y al caos general, si no acertamos a rectificar, a pensar que no podemos ya caminar en solitario, que está llegando el momento en que cada pueblo desea abandonar su etapa infantil y comenzar su etapa adulta, por lo que pide y exige su cuota de participación en el reparto mundial de los recursos.
Es preciso, pues, escuchar y ayudar a los pueblos que manifiestan su primer despertar y demandan lo que les corresponde por derecho natural. Pero, a la vez, conviene que los pueblos que han despertado, no se duerman de nuevo, pues existe siempre el peligro de ser devorado de una u otra forma. ¡Vigilad! ¡Velad! ¡No os durmáis! Hoy, debido a Internet, es mucho más fácil no dormirse y permanecer en vigilancia, actuar y comprometerse, huyendo, así, de la pasividad, la ceguera y la sumisión.