Diario de León
Publicado por
MIGUEL ÁNGEL VARELA
León

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A uno le gusta pensar que los objetos tienen conciencia y que en su interior inanimado dejan algún tipo de huella los sucesos. Por eso en cualquier espacio sagrado hay un soplo que estremece el corazón de los hombres, por encima de sus creencias o de su fe. Por eso en las casas donde se ha cometido un crimen las corrientes de aire trasmiten al lamento de las víctimas.

El martes por la tarde estuve un buen rato sentado en la tribuna de público del Congreso de los Diputados. Esa misma mañana, una abrumadora mayoría parlamentaria había aprobado en ese lugar la participación española en la intervención militar en Libia. Y aunque bajo los óleos de Carlos Luis de Ribera que decoran la bóveda del salón de sesiones no habían quedado señales visibles, había esa tarde en el casi desierto hemiciclo la atmósfera cargada que queda en los salones donde se han tomado decisiones profundamente injustas que prueban el evidente fracaso de la convivencia humana, aunque hayan sido amparadas por la ley y la aritmética de la democracia y posiblemente sean necesarias para mantener el inestable equilibrio de este mundo agónico nuestro. Me entretuve en contar las señales de los balazos de Tejero en el techo del Congreso, pequeñas muescas en las pinturas alegóricas de la legislación española que los ujieres señalan con el dedo para los adormilados curi osos que asisten a los debates. Las cicatrices del 23 F recuerdan claramente un momento crítico de nuestra historia. El apoyo para bombardear un país extranjero no deja ninguna marca visible, pero quiero pensar que queda prendido en la conciencia del edificio.

Ahora descubrimos la perversidad de Gadafi. Hace dos años, el ministro Moratinos participó en los fastos que conmemoraban los cuarenta años en el poder del nefasto personaje. Hace cuatro, Gallardón le entregó la llave de oro de Madrid, después de ser recibido con honores por Zapatero y por el rey. Hace ocho, recibió en su país al presidente Aznar. Estas relaciones han conseguidos espléndidos resultados para la industria armamentística española. Los aviones aliados contribuirán a reducir el stockage almacenado por el dictador libio, al que le hemos declarado la guerra pero al que no expulsaremos del poder. Tradicionalmente, la primera víctima de una guerra era la verdad. Ahora la primera víctima es el propio lenguaje, que evita cuidadosamente llamar a las cosas por su nombre: intervención, apoyo a la población civil, pacificación-¦ Cualquier cosa menos mencionar el nefasto términ o, tan dañino en lo electoral. «La guerra contra Gadafi es una guerra inevitable. No una guerra justa», escribía en estas mismas páginas días atrás Carlos Fidalgo. Inevitable o injusta, de nuevo hay que gritar No a la guerra.

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