Diario de León
León

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Hay tres preguntas que a todos nos hacen cuando estamos fuera de León: «¿hace mucho frío por ahí?», «¿a qué sabe el botillo?» y últimamente «¿vuestro paisano se va a presentar a la reelección?» El paisano no es otro, claro, que Rodríguez Zapatero. Lo del frío te lo preguntan incluso en agosto, lo del botillo obedece a gusanillo gastronómico, y cuando nos interrogan sobre las intenciones del presidente del Gobierno están dando por hecho que aquí sólo hay un bar en el que jugar a las cartas y que, por tanto, has tenido que ser forzosamente compañero suyo de partida y, por tanto, conocedor de sus intenciones más inescrutables. Quien esto escribe jamás se ha echado una partida con él, ni siquiera a los chinos. Sólo cordiales holas y adioses. No obstante, a juzgar por la zarzuela de rumores montada con lo de su sucesión, todo apunta a que ya hay quienes aspiran a su cetro. Son quienes consideran que reúne la doble condición de iceberg y Titanic, o sea: naufragio electoral seguro. Ah, la condición humana tiene también su alcantarillado. En cambio, el alcalde de León, Francisco Fernández, ha mostrado sin matices su respaldo: «Mi candidato es Zapatero». Hace bien en expresarlo en los momentos difíciles, pues en los fáciles no tiene mérito. La deslealtad es defecto que no puede ser equilibra do con ninguna virtud. Y en la política nacional, hasta las palmadas en la espalda se dan con guantes de púas.

El poder es un podio de escarcha. Nada má s conseguirlo, el minutero del adiós se pone en marcha. ¿Se presentará de nuevo vuestro paisano? nos inquieren a los leoneses. A saber. ¿Les preguntamos nosotros si creen que repondrán «Los Picapiedra»? Personalmente, creo que no lo hará, pues intuyo que la crisis ha dinamitado los antes sólidos pilares de su autoestima, pero si fuera adivino estaría rellenando quinielas y no esta columna.

No diré, pues, aquello de «francamente, querida, me importa un bledo», como el protagonista de Lo que el viento se llevó a Scarlett, pues mi curiosidad periodística es grande, pero me inquietan enigmas más caseros. No obstante, eso sí, a nuestro paisano le deseo que, como el personaje de Shakespeare, pueda proclamar: «mi corona está en el corazón, no en la cabeza».

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