Diario de León
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ENRIQUE JAVIER DÍEZ GUTIÉRERZ. PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE LEÓN
León

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L a pregunta no es por qué yo sigo estando en el 'no a la guerra', sino ¿por qué algunos han cambiado? Las víctimas inocentes de los «bombardeos selectivos» no tienen quien las defienda..., y morirán como tantas víctimas «colaterales» en estas nuevas guerras de exclusión modernas. Nada va a cambiar para el pueblo; el tirano Gadafi, u otro parecido, seguirá controlando el petróleo y el gas que nuestras multinacionales occidentales venderán. Ese es el pasillo de seguridad, un pasillo por el que circulen sin problemas los barriles de crudo y el gas. No voy a intentar convencer con palabras a nadie, y menos a quien ya ha decidido que el único razonamiento es el bombardeo, pero quiero dejar constancia de por qué yo sigo estando en el no a la guerra.

El fin que se nos muestra de la intervención militar ya iniciada es el de proteger a la población civil en Libia. Sin embargo, resulta difícil de creer cuando los mismos países que i ntervienen no han mostrado esa actitud, ni siquiera una condena firme, en casos recientes en los que se han producido flagrantes violaciones de los derechos humanos sobre población civil: Sirvan como ejemplo los cerca de 1400 palestinos muertos por los bombardeos de Israel en la intervención Plomo Fundido que tuvo lugar hace apenas dos años o en los recientes bombardeos que está haciendo aprovechando que el foco de atención está en los países árabes; el desalojo del campamento saharaoui de Gdaim Izik en El Aaiún hace unos meses, o los asesinatos y desplazamientos forzados de población (más de 40.000 personas tan sólo en diciembre de 2010) en Sudán, cuyo presidente, Al Bashir, está acusado de cometer crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra en Darfur.

Decenas de manifestantes han sido asesinados en la plaza Taghrir de Sanaa, en Yemen, cuyo gobierno es apoyado por los EE.UU. y por Arabia Saudí. El sábado pasado fue volado el monumento de la plaza de la Perla, en Bahrein, país ocupado desde el miércoles por tropas de Arabia Saudí movilizadas para reprimir las manifestaciones en las que han muerto ya algunas decenas de personas. Los iraquíes siguen manifestándose diariamente desde hace semanas para reclamar pan y libertad, con numerosas víctimas mortales, en un país destruido de arriba abajo por los EE.UU. y sus aliados. Siguen en Marruecos y en Argelia las protestas en las calles contra nuestros amigos dictadores. Siguen muriendo decenas de personas en los cotidianos bombardeos estadounidenses sobre Afganistán y Pakistán.

Los mismos países dispuestos a intervenir militarmente ahora, han apoyado la dictadura de Gadafi durante años, han comprado el petróleo y gas de Libia durante años y han vendido armamento a Libia durante años. Todo ello sin cuestionarse en ningún momento su carácter antidemocrático ni mucho menos el sufrimiento de la población. Esos mismos países han mostrado su «prudencia» a la hora de apoyar las revoluciones dem ocráticas en todo el Magreb a cuyos regímenes antidemocráticos han apoyado sin dudarlo mientras han servido a la defensa de sus poco legítimos intereses. No es una intervención en favor de la democracia sino por intereses económicos y geoestratégicos.

Quien sufre las intervenciones militares es la población civil, tal y como demuestran los casos de intervenciones previas. Los daños y sufrimiento producidos por la guerra que se traducen en desplazamientos, personas heridas y muertas, miedo y destrucción del entorno son siempre sufridas en mayor medida por la población civil. De hecho, tras el inicio de los bombardeos, miles de personas huyen. Personas corrientes, que dejan atrás su hogar y sus vidas, forzadas a desplazarse por la guerra.

La intervención militar en Libia no persigue, por lo tanto, la protección de la po blación Libia, no persigue el respeto a los derechos humanos, ni tampoco la democracia o la libertad para sus habitantes. Además, la historia ha demostrado de forma reiterada como las intervenciones militares no resuelven los conflictos y en ocasiones los agravan, desatan incrementos de violencia o de nuevas intervenciones bélicas. Los ejemplos de las guerras de Afganistán y de Irak nos dan una imagen de en qué deriva esta forma de intervenir en los conflictos, con un alto número de víctimas civiles, violaciones continuas de derechos humanos y sociedades desestructuradas con gobiernos títeres de occidente que no destacan precisamente por su carácter democrático. España, que ha vendido desde 2005 armas por valor de 10,7 millones de euros a Libia y que durante el primer semestre de 2010 exportó a Libia equipamiento militar por valor de 6,8 millones de euros, se suma a la intervención. Resulta hipócrita e irresponsable atacar a quien ha vendido armas en su propio beneficio hasta hace unos meses, y además financiar una guerra cuando se están proponiendo recortes sociales injustificables y sin precedentes en aras de hacer frente a la crisis y controlar el gasto público. Nuestra responsabilidad, la de los pueblos europeo y estadounidense, es la de salir a la calle, no sólo para protestar contra la intervención, no, sino para mandar a Zapatero y a Rajoy, a Sarkozy, a Berlusconi, a Obama y Clinton (y a todos los demás) a hacer compañía a Mubarak y Ben Alí. Mientras eso no ocurra, ni el pueblo de Libia podrá librarse de Gadafi ni el mundo pronunciar ciertas palabras sin atragantarse. Por to do e llo apoyo la concentración convocada en León el miércoles 23 en Botines con el lema «no a la guerra imperialista contra Libia», porque creo que tenemos que gritar de nuevo alto y claro ¡No a la guerra!, ¡No a la intervención militar en Libia!

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