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JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
León

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El sagaz aforismo de Baltasar Gracián -«Que todos te conozcan y ninguno te abarque» (El héroe, primor I)- ha de considerarse la mejor virtud de la persona discreta, pues «el hombre sabio no tolerará que le sondeen la profundidad de su capacidad», ya que la primera regla de la grandeza es «parecer infinito, aunque no lo seas». Cuando a uno, especialmente al hombre público, al político, le toman la medida como vulgarmente se dice, está perdido. Los oropeles con los que el político se viste o con los que le cubren sus corifeos deja ver, en su desnudez, las pocas gracias reales con las que normalmente cuenta. Perdida la sacralidad de otros tiempos, el halo de misterio que aún salvaguarda a algunos hombres públicos desaparece cuando los focos insistemente lo iluminan y constantemente él se retrata. Creo que esto es lo que le está pasando a nuestro presidende del gobierno, que cada vez está más desnudo dejando al descubierto sus verguenzas.

La semana pasada, José Luis Rodríguez Zapatero no pudo venir a León a inaugurar la nueva estación del AVE, ni al Bierzo para hacer lo mismo con el parador de Villafranca del Bierzo, tenía cosas más urgentes que atender. El presidente tuvo que recibir en Madrid al secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, y, una vez más, desdecirse de su pacifismo impostado para decir sí a la guerra contra Muamar el Gadafi. Sus aduladores buscarán las excusas que quieran, pero quien durante meses enarboló la bandera de la paz contra la intervención de España en la guerra de Irak, arrojando sobre el presidente Aznar las más adyectas acusaciones, ahora apoya sin fisuras la guerra en Libia, a la que manda fuerzas aéreas y navales españolas. La intervención en Irak sólo tenía por objetivo, decían los pacifistas de entonces, garantizar el suministro de petróleo, ahora parece que éste y el gas argelino no son lo importante sino las vidas del sufrido pueblo libio.

El velo del pacisfismo parece ser el último en caer de un ropaje que, hace unos años, encubría las desnudeces de nuestro héroe, junto con su izquierdismo, antinuclerismo, laicismo y políticas de género. La crisis nos ha dejado ver su indigencia intelectual, aquella que Jordi Sevilla creía infundirle, como gracia santificante, en un par de sesiones; pero las carencias en saberes en economía o idiomas se superan de un día para otro. Hace falta años de esfuerzo, estudio y dedicación. Al contrario de sus afirmaciones, ni siquiera en democracia debería ser presidente cualquiera. Deben serlo los capacitados, los preparados, los mejores (aristoi). De lo contrario, a uno le pueden tomar, tarde o temprano, la medida, aunque pretenda encubrirla sobornando el gusto. Y es que «cada cosa, como decía Gracián, debe ser estimada por si y no por los sobornos del gusto».

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