Diario de León

TRIBUNA

Catalina Montes: in memoriam

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JUAN LANERO. UNIVERSIDAD DE LEÓN
León

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En la mañana del pasado 5 de abril, nos dejaba Catalina Montes. Muchas son las personas que en estas tierras recias de Castilla y de León la conocimos, la quisimos y nos formamos con ella. Muchos somos los que en España y en las tierras de El Salvador aprendimos de su magisterio, disfrutamos de su cariño, de su aliento, de su consejo, de su ayuda, de su cultura, de su ciencia, de su humor.

La Profesora Montes fue una mujer polifacética. Se doctoró en Filología Inglesa con una Tesis Doctoral que la convirtió, sin lugar a dudas, en una de las mejores conocedoras de la obra de John Dos Passos y, por extensión, de la Generación Perdida Norteamericana. Era igualmente historiadora, lo que la dotó de una sensibilidad para abordar el fenómeno literario desde múltiples y diversas perspectivas. No hay rincón dentro del mundo de la Anglística que ella no haya tocado en su obra. Enseñó a multitud de alumnos en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca, en la que fue Profesora Adjunta primero y luego Catedrática. Su magisterio no se detuvo en el entorno del Estudio salmanticense. Su magisterio lo ejerció, igualmente, en la inmensa mayoría de las Universidades españolas. Desde León, en donde varios de sus alumnos pertenecemos al Departamento de Filología Moderna, hasta Las Palmas. El reloj de la Profesora Montes no marcaba horas; marcaba sabiduría y mucho afecto. Sus discípulos se extienden por toda la geografía española y aún por otros muchos países. De ella aprendimos Humanismo, en el más profundo sentido de la palabra. De ella recibimos enseñanzas, pero sobre todo, mucho afecto. De la Universidad de León fue una destacada colaboradora: desde Congresos a su participación en conferencias.

La profesora Montes llevó la cultura y el cariño a las aulas; en una pócima magistral que hizo que muchos nos apasionásemos por la realidad del hecho literario desde múltiples prismas. Jamás negó la ayuda a quien a ella se dirigía para realizar una tesina o tesis doctoral. En el ir y venir de Salamanca a Valladolid enseñaba. Siempre la vena docente: a orillas del Tormes o del Pisuerga o instalada en el Hostal para participar en multitud de actos académicos de nuestra universidad leonesa.

Catalina, como todos la conocíamos, era ajena al boato y lo mismo departía con un alumno desde la Facultad al Hotel Las Torres -su casa salmantina-, que la veíamos cerca de miembros de la Casa Real, o de autoridades españolas o salvadoreñas para conseguir ayudas para los más desfavorecidos.

El Salvador ocupaba un lugar muy importante en su corazón. La muerte injusta de su hermano Segundo -un vil asesinato-, hizo que su labor en aquel país haya sido inconmensurable. Allí viajaba constantemente y se desvivía por los que nada tenían. La Ciudad Segundo Montes ha sido su obra; la formación de muchos salvadoreños habla por sí sola. Seguro que en aquellas latitudes sentirán profundamente su ausencia y llorarán su partida. El pasado mes de noviembre estuvo allí por última vez. Regresó muy débil; pero guardiana como era de su intimidad, no comunicó su delicado estado de salud a nadie. Se fue como le gustó vivir: con discreción.

Catalina Montes era una mujer sencilla; sencilla y profunda en sus palabras. Ahí está el bello discurso que pronunció cuando, en 2005, recibió el premio Castilla y León de los Valores Humanos. En él se refirió a quienes luchan con la palabra para conseguir la justicia. A esa tarea dedicó su vida, hasta el último momento.

Y, si se me permite, no deberíamos pasar por alto sus profundas creencias cristianas. Fue una gran creyente, pero de igual o mayor tolerancia para quienes no pensaban, ni sentían ni creían como ella. En su vida, asistió con sufrimiento contenido a la desaparición de muchos de sus seres queridos. En el silencio, y desde él, cogió fuerza para dedicarse a los demás, para ser difusora de la cultura, para hacer llegar a los desfavorecidos lo más el emental que todo ser humano debe tener: el derecho a la vida; precisamente el que unos pistoleros a sueldo le segaron a su hermano Segundo.

Puede que parezca una banalidad, o un estereotipo inválido para el momento de su partida, pero debemos decir que la Dra. Montes se ha ido, pero se queda. Se queda con nosotros en sus alumnos; se queda con nosotros en sus publicaciones, en la Fundación que presidía y desde la que difundía saber; y sobre todo, se queda en la obra realizada en El Salvador, su joya distinguida.

Catalina Montes se nos ha ido pero continuará a nuestro lado. Desde su sonrisa permanente a la mirada de sus ojos azules que irradiaban cariño y amor para cuantos de ella necesitamos. Su nombre vivirá más allá de su desaparición. Como en inglés decimos de las grandes personas: Her name liveth for evermore. Después de todo, morir sólo es morir; morir se acaba. Ese pensamiento lo plasmó en unos bellos versos que, a modo de despedida, dejó escritos en un sobre utilizado, un ejercicio más de sencillez y de grandeza. La Profesora Montes está intensamente viva en su obra porque fue una gran mujer.

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