Diario de León
León

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U n ejército puede ser derrotado. Y las murallas más sólidas, derruidas. Y la paz, encadenada. Pero ¿quién puede impedir que un corazón siga bombeando ternura? Ha fallecido la leonesa Brunilda Gordón Carmona, hija de Félix Gordón Ordás, precursor de la moderna veterinaria y uno de los ex presidentes del Gobierno de la República en el exilio. Ha muerto en México, país que acogió a miles de españoles en su huida de las iras de los vencedores de aquella guerra mal llamada civil. Brunilda era toda ella ternura. Fui a recibirla al aeropuerto de Barajas cuando llegó a España, en junio de 2003, con las cenizas de su padre, que aventaría en La Candamia (otra parte de las mismas serían luego enterradas en el Panteón de Hombres Ilustres de León). El horror de una contienda se nos revela principalmente en el sufrimiento provocado, pero ni siquiera su macabro estruendo logra silenciar la melodía interior de un ser generoso. Me vienen a la memoria unas palabras de Vela Zanetti: «La guerra al intentar destruirme me hizo ser más de lo que yo esperaba, en el exilio era como si yo fuese España entera». Y ese mismo compromiso de ejemplaridad ética lo tenía Brunilda, vivido también sin jactancias ni pomposidades. Mantenía intacto el sentido de pertenencia a un estilo de conducta. Todas las siglas pasan, algunos ideales permanecen para siempre. Le gustaba seguir «Cuéntame» por el Canal Internacional, pues así «vivía» los años españoles que les habían sido robados por el exilio, independientemente de su amor y agradecimiento por el país que les acogió. Buena y humilde, condiciones de la verdadera inteligencia.

En junio hubiera cumplido 99 años. Hace dos, la vida le dio un trágico golpe: la pérdida de su hija Consuelo, otro ángel del exilio, ejemplo de fortaleza compatible con la fragilidad, característica de las mujeres que son luchadoras sin necesidad de endurecerse, es decir, sin renunciar a la sensibilidad. La ternura inteligente es la gran impronta de esta entrañable familia leonesa, credo vital que llevan en los genes. En México, continúa Ofelia, con 98 años. Qué misteriosa resulta la vida, y qué simple -en apariencia- la muerte. Adiós Brunilda, regresas al cielo, que también es patria.

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