A mamá

E l caso es que ha pasado todo tan rápido que da un poco de risa pensar que, como decía Gil de Biedma, la vida va en serio. Algo tan huidizo no puede resultar tan grave. Sin embargo, la fugacidad es lo único que nos devuelve los terrores infantiles. Parece que esas viejas películas se grabaron ayer, que todo fue hace un momento, que las presencias que ya sólo vemos ensombrecidas por el recuerdo siguen despidiéndose, que el reverso del horizonte no queda tan lejos... que la vida no va tan en serio.

Y eso que queda poco para comprobar que todo está a punto de cambiar, que las máscaras sólo son inalterables cuando vuelven a colgarse detrás de la tramoya y el engaño se termina, que dentro de poco volverá a ser, otra vez, hace un momento, y que serán otros los que piensen que todo pasó demasiado rápido y nos recuerden con la luz ocre de la memoria. Por eso prefiero decirte ahora, cuando aún hay claridad y en el juego de la evocación seguimos siendo dos, que sigo teniendo miedo si no me coges de la mano, y que no necesito a todos los hombres de la tierra para echar a andar, que tu presencia me basta para dejar de morir, aunque no siempre, que si hubiera sido por ti, el poema de Vallejo se habría acabado en los primeros versos, y que me gustaría que ahora que mi historia contigo está a punto de volver a repetirse, este hijo no sienta lo mismo por mi. Porque las desdichas comienzan a amontonarse con la certeza del recuerdo de tu ausencia y entonces todo se queda en silencio y regreso a la lucidez de los terrores de la infancia. «Su muerte nos separó, la mía no nos unirá», decía una mujer sobre la tumba de su marido. Espero ser yo la que llore por ti, incluso cuando sé que aunque la busque no tendré la ayuda de tu consuelo. Porque se que, a pesar de todo este amor, yo tampoco puedo nada contra la muerte, pero espero que ningún cuervo negro se pose junto a mi ventana con el canto fatal del nunca más, que la luz de tus promesas siga velando por mi y que cuando este tiempo fugaz termine no lo haga para siempre.