Diario de León
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El poder desgasta, pero desgasta mucho más la oposición» dicen que decía Pío Cabanillas, un político gallego de la transición, al que seguramente recuerdan ya muy pocos. Como a tantos otros que un día tuvieron mucho poder y luego han sido sepultados en el olvido. Imaginen cuánto puede afectar eso a quienes se creen superiores al resto de los mortales. La soberbia es uno de los pecados capitales de los poderosos. Los dictadores saben que su palabra es la ley y que nadie se atreverá a llevarles la contraria. Pero miren ustedes a Mubarak o a Ben Alí, a Gadafi y a tantos otros. De pronto, el poder se convierte en destierro, en cárcel o en algo peor.

La política, el deporte y la cultura son mundos donde la soberbia echa raíces profundas. El caso de los ex presidentes de Gobierno, no sólo entre nuestras fronteras, es paradigmático. Adolfo Suárez no entendió nunca por qué le dieron la espalda, cumplido su papel estelar en la transición. Felipe González tardó lustros en acostumbrase a ser ex y quiso seguir siendo el «dios» del que hablaron un día sus compañeros de partido. Lo de Aznar es de libro. Sus recientes afirmaciones sobre el dictador Gadafi, al que llama «amigo, un amigo extravagante pero amigo», y sus permanentes descalificaciones al contrario junto a sus descalificaciones a la política española hechas fuera de España, no son un signo tanto por lo que expresan sino por cómo lo hace. El gesto de Aznar es el de quien perdona a todos los demás que no sean como él, que no sepan tanto como él. Su soberbia, su gesto chulesco, su desdén para con todos los demás, ese empeñarse en leernos la cartilla y perdonarnos la vida a todos, empezó en su segunda legislatura en el poder y ahí cavó su tumba política. Algo de eso le está pasando también a Zapatero.

En el deporte y en el espectáculo sucede lo mismo. Deportistas y actores que cobran millones gracias a sus fans, que son un referente para millones de niños, de jóvenes, tienen comportamientos públicos impresentables o van perdonando la vida al mundo mundial. Como Mourinho, el entrenador del Real Madrid. Su gesto adusto, sus impertinencias, su chulería están muy lejos del estilo que siempre tuvo -desde hace tiempo perdido en buena medida-, un club como el Real Madrid, posiblemente una de las marcas mundiales de mayor prestigio, reconocimiento y valor. En la víspera del Madrid-Barcelona del sábado, dio una rueda de prensa en la que no habló. Lo hizo su excelente segundo, Aitor Karanka. En la comparecencia posterior al partido le dijo a un periodista que «yo no hablo con usted, sólo con su director» y a otro, o a varios, que era generoso y respondía a sus preguntas aunque él sólo era digno de hablar con su director. ¿Quién se ha creído este señor que es? Frente a los Nadal, Iniesta, Gasol y tantos otros grandes de verdad, la soberbia de algunos deja al descubierto su tamaño real.

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