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Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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A simple vista, uno no distinguiría a un auténtico finlandés de uno falso. Es más; ignoraba que los finlandeses se pudieran falsificar como los bolsos. Sin embargo, la finlandesería apócrifa ha debido llegar a unos extremos, que los finlandeses auténticos han creído verse en la obligación, por su parte, de llegar a los suyos, situados en los confines de la ultraderecha.

Los Auténticos Finlandeses, el partido que en las recientes elecciones del país nórdico ha cosechado casi el 20% de los sufragios, convirtiéndose de súbito en la tercera fuerza política tras los conservadores y los socialdemócratas, es un partido fundamentalmente xenófobo, y digo fundamentalmente porque, para empezar, lo es hacia los propios finlandeses que no le votan y que, en consecuencia, de auténticos finlandeses tienen muy poco, o sea, que son como extranjeros aunque vayan de rubios y esquíen de vez en cuando.

Con semejante fundamento se comprenderá que los portugueses, los griegos, los irlandeses y, ay, los españoles, que son pobres y en cuanto te descuidas hay que rescatarlos, les caigan como un tiro, y eso por no hablar de los inmigrantes no europeos, a los que quisieran o no ver, o ver exclusivamente como esclavos.

Con el vertiginoso ascenso de estos finlandeses tan auténticos como desaboríos, Europa tiembla ante lo que percibe, con razón, como el renacimiento del fascismo, aunque ahora atienda al nombre de «populismo nacionalista». Ocurre, al parecer, en todas partes, en Holanda, en Hungría, en Francia, en Italia, en Suiza, y si en España no sorprende esa resucitación es porque en su suelo, que es el nuestro, no se ha muerto nunca, que ni le hace falta reencarnarse ni constituirse en un partido específico.

Como no es cosa de señalar, porque no hace falta, dejémoslo en que, aunque no sorprenda, sí asusta, pues vuelve a oírse la espeluznante matraca de los «buenos» y los «malos» españoles, variedad nacional de los «auténticos» finlandeses y los «falsos» que nos proporcionó cuarenta años para el recuerdo, ya que no, por su inquietante y nada residual vigencia, para el olvido.