Diario de León
Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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Tomamos una copa en la Plaza del Grano: al deslizar nuestros zapatos por las piedras nos parecen un cuerpo y la tarde, hemofílica, se enciende como despidiéndose... La ginebra en tus ojos abre surcos de niebla. Yo te hablo de la Historia de León como quien completa tu viaje a nuestro presente. Cito a Margarita Torres y sus novelas comprometidas con lo que fuimos y lo que somos. Te relato el contenido de la película-hito de Juan Pedro Aparicio L eón, la cuna del parlamentarismo que precisamente trata sobre un pueblo con Historia; uno acostumbrado a la democracia directa...

La procesión del Viernes de Dolores que, como la amistad, parece componerse de fervores compartidos de pronto nos parece también algo de otro tiempo.

La Iglesia del Mercado es un hervor de gentes.

Tiene la luz mortecina un algo de ráfaga de otro mundo en esa plaza como suspendida en el vértice del tiempo -algo tiene de paz y de aviso de la pureza que estamos perdiendo- sobretodo en estos días con cielo de increíble belleza que estamos viviendo juntos. Y la sobria Iglesia del Mercado, como la piedad de los ascetas de entonces, estira su hermosura menos evidente ante nuestros ojos. Y uno -hay que saber ser anacrónico de vez en cuando para tomar perspectiva- siente la desinfectante llamada del pasado como en ese cuadro de Adolfo Álvarez Barthe: «alguien nos mira desde otro siglo»...

Caminar por los alrededores de la Plaza del Grano -León urbanamente es una máquina del tiempo para quien tiene imaginación, me dices- es tomarle un poco el pulso a la vida del medievo. El mercado oloroso y pustulento. Delantales y banquetas y productos de la tierra bajo los soportales en una plaza matinal llena de carromatos y gentes que son todo un mapamundi de exploradores, charlatanes, afiladores, timadores, encantadores de cabras, meretrices, soldados borrachos todos, mendigos harapientos y niños huérfanos hechos enteramente para la picaresca y la tristeza.

Tiene turistear por León un componente de trascendencia, de más allá de lo real, que convierte en definitivo el viaje. Y otro vuelve calzando nuestros zapatos. Y la certeza única es que a León no se puede regresar porque cada vez es otra ciudad distinta cuando se sabe mirar.

Y bien se puede tomar, más allá de la catedral que a la vez que referencia es tópico, la Plaza del Grano como centro neurálgico del viaje a un lugar con futuro que cuida su pasado, la Plaza del Grano que es la oficina sin paredes de la Historia, licenciatura del origen, santo y seña del tiempo y la irradiante eternidad.

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