LA VELETA
Opinión pública
Los grandes partidos occidentales son cada vez más propensos a practicar políticas de opinión pública. La creciente transparencia de nuestras sociedades, muy visibles ante quien se decida a escrutarlas, facilitan actuar sobre ellas, y gobernar en su caso, a golpe de encuestas sociológicas: es cada vez más fácil discernir qué quieren los electores, por lo que son evidentes las pujas entre quienes pretenden darles satisfacción y obtener teóricamente su voto.
En cualquier caso, y aunque los políticos europeos hayan de mostrar cierta consistencia intelectual a la hora de dialogar con sus clientelas para ser admitidos, es evidente que resulta suicida avanzar en dirección opuesta, o simplemente distinta, de la que marca la opinión pública. En el presente español, por ejemplo, estamos asistiendo a la inmolación de Rodríguez Zapatero, quien en un cierto momento de su segundo mandato -"en mayo de 2010-", decidió ponerse al frente de un descomunal ajuste que nos estaba imponiendo la aterrorizada Unión Europea, con Angela Merkel al frente del directorio. Es cierto que Zapatero, un optimista visceral, tardó demasiado en percatarse de la gravedad del problema, pero también lo es que Bruselas optó gratuitamente por un ajuste brutal, muy doloroso para las sociedades que lo están soportando, cuando sin duda hubiera podido llevarse a cabo con más suavidad si Merkel hubiera tenido el coraje de imponerse a los mercados y de asumir el liderazgo europeo que, por tamaño y por historia, corresponde a Alemania.
La falta de entidad personal y política de Merkel ha vuelto a quedar clara con ocasión del accidente de Fukushima, que ha cambiado radicalmente su posición acerca de la política nuclear de Alemania: de defensora de esta fuente de energía ha pasado en horas a ser su radical enemiga. Merkel es doctora en Ciencias Físicas, y vivía en Berlín Oriental con 31 años cuando sucedió la catástrofe de Chernobil en 1986; por entonces, ya divorciada de Ulrich Merkel de quien tomó el apellido, estaba ya unida a un catedrático de Química, Joachim Sauer, su marido desde 1998. Pocas semanas después de Chernobil, Kohl creó el Ministerio de Medio Ambiente y Seguridad Nuclear, a cuyo frente situaría precisamente a Merkel en 1994. No puede, pues, decirse que Merkel no había tenido tiempo de sedimentar una opinión fundada sobre la energía nuclear, por lo que el viraje de última hora es, como mínimo, una pirueta demagógica.
Sucede que estos viejos pueblos europeos comulgan muy difícilmente con ruedas de molino, y aunque en primera instancia respondan de manera primaria a los estímulos, a medio plazo corrigen el tiro y la opinión. En ocasiones, como le ocurrió a Adolfo Suárez, el reconocimiento del mérito llegar demasiado tardíamente; pero en otras, sobreviene enseguida: no es difícil de ver, por ejemplo, cómo ha cambiado la percepción que la ciudadanía tiene de un Zapatero que, después de equivocarse en sus primeros juicios sobre la crisis, ha renunciado expresamente a mantener su liderazgo, con lo que escenifica su propia inmolación.