RÍO ARRIBA
Alemania
A lo que parece, la jornada laboral de los españoles es más larga que la de los alemanes. Los alemanes, sin embargo, nos miran como si fuéramos el ejército de Pancho Villa, es decir, una banda de zánganos frívolos e intempestivos. A lo que parece, Alemania es un gran país. Basta viajar un poco por Europa para darse cuenta de que es cierto. Paseas por sus pueblos, te desplazas por sus carreteras o esperas el tren en sus estaciones, y te envuelve una idea de civilización admirable: una especie de prosperidad eficiente, una garantía de solvencia honesta y democrática. Lo peor es cuando compruebas que, por contraste, los tópicos siguen ajenos al paso del tiempo: me refiero a que, a diferencia de nuestro s trenes o autobuses, sus transportes continúan siendo de una puntualidad milimétrica (nunca salen o llegan a menos diez o a en punto, sino a las 17:23, por ejemplo, y lo hacen exactamente a esa hora) y que los aseos que hay en sus museos y gasolineras están, no sólo limpios, sino convenientemente pertrechados y perfumados. Vamos, más o menos, como las ciénagas que nos encontramos todavía por estos lares. Ves esos pueblos tan cuidados y ese trasiego de mercancías por sus vías y carreteras y te da la impresión de que Europa es un bucle que empieza a disolverse justo cuando llegas aquí. Suena amargo, pero aunque hayamos avanzado notablemente, el progreso sigue pareciendo cosa de otros. El progreso interpretado como esa sucesión armoniosa de equilibrio ecológico y potencia industrial, que despierta al verla, todavía hoy, una sensación de asombro. Salvo en regiones concretas, dudo que seamos capaces de alcanzar semejante bienestar. No tenemos remedio; será el peso de la historia. En Alsacia vi recientemente una foto en la sala de un pequeño museo en la que se distinguía a Hitler dando un mitin. Estaba en una plaza de Estrasburgo, ahora francesa, una ciudad realmente preciosa. A lo que parece, sus ciudadanos no pusieron muchas objeciones a ser absorbidos por el III Reich. Se les ve eufóricos, radiantes, compenetrados. La Alemania fértil y olímpica. No como aquí, que a poco que nos dejen nos ponemos la corbata en la frente y nos desabrochamos la camisa. La vida, a veces, tiene paradojas sinuosas.