Diario de León
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León

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A Fernando Salguero

Esta Semana Santa ha sido una de las que más momentos inolvidables y emotivos me han proporcionado. Y lo sé, la lluvia, inclemente, despiadada, ha dejado en el dique seco, a la mayoría de las cofradías. Qué decir de mi procesión. La grande, la de los pasos, señora y maestra, por abolengo y devoción. Sí, ha sido una Semana Santa triste... Pero, como decía, muy rica en vivencias. No salió mi Nazareno de Santa Nonia. Sólo quien lo vivió desde dentro comprende la decepción, el dolor que devora como una alimaña el alma descarnada del papón, estupefacto ante el desastre. Contemplar el llanto desgarrado de mi hijo, al que hacía tantos años no veía llorar. Maldita lluvia... Pero... querido querido como nunca abad. Fernando. ¡Qué lección! No está León acostumbrado a semejante muestra de sensatez y cordura. Sí, era el cuatrocientos aniversario. Era tu único año como abad. Era la única ocasión para tener «tu» procesión en la calle. De exhibir el trabajo que tantos hermanos realizaron a tus órdenes. De mostrar a León tu labor de tantos años... No había segunda oportunidad. Era este día o ninguno. Y hubiese sido comprensible una decisión alocada, como las que hemos sufrido tantas veces... Tus palabras fueron una saeta que traspasa inclemente el corazón. Pero que provocaron estupor, sorpresa e incredulidad en muchos hermanos. Dejando el egoísmo a un lado, aguantando lágrimas que todos entenderíamos, siendo valiente y generoso, echándole la muleta de frente a la adversidad, echaste al aire las que sin duda son las palabras que más te han dolido: «Hermanos, la decisión es penosa, pero las previsiones son las que son, y el sentido común nos obliga a suspender la procesión. Habrá más años, y más procesiones». Me quedé estupefacto. Recibí con amargura que muchos no comprenden: padre, perdónales... el mensaje. El llanto de mi hijo me sacó de mi estupor y entonces me di cuenta de la grandeza de tu gesto... No pude verte al salir de Santa Nonia. Pero no estaba cómodo. Llegué a casa y, de súbito, volví a bajar y regresé a la capilla casi no te pillo, ya te ibas... Tenía que agradecerte el gesto más grande que haya hecho un abad de Jesús desde que tengo memoria. Noté en tu abrazo el agradecimiento por mi saludo. Noté bondad, afecto, ese «no sé qué» inexplicable, pero que los hermanos en Jesús sentimos en los adentros del alma... Tu gesto, el más grande, el más difícil, será recordado siempre. Habrá algún miserable que critique este reconocimiento que mereces, viendo intereses espúreos por mi parte. Posiblemente, los mismos que te han criticado por la co nveniencia de que fueses abad. Tranquilo, los dos sabemos de estas cosas... A tal señor, tal honor.

Manuel Villa López. LEÓN

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