Diario de León
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LUIS ARTIGUE
León

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E s lo que los cronistas franceses llamaban, refiriéndose a Rimbaud, un bello tenebroso, mirada febril, look iconoclasta, inconformista, sonrisa selectivamente magnética, barba calculadamente descuidada y un brillo de malicia que le ilumina el rostro... Y desconozco donde radica el secreto de ese nunca suficientemente valorado periodismo de Marco Romero, pero en verdad me intriga ese toque descifrador suyo que hace que cualquier cosa parezca algo vibrante.

Se han elogiado estos días, por su reciente premio Fabián Estapé de periodismo económico -el cual se suma a su ya doblemente obtenido Premio Cossío-, las demostradas cualidades como descifrador de la actualidad, como reportero de raza, pero a mí lo que más me ilumina es esa penetrante forma suya de escribir implicándose aunque sin defender del todo nada a sangre y fuego: parece de la necesaria estirpe de los que creen y saben dar a entender que con las palabras basta.

Quizá porque vive instalado audazmente en la diferencia su mirada es la de quien no mira sólo lo que tiene delante, y leyéndole uno puede deducir que el periodismo es una mirada: por eso quizá lo que nos gusta, dentro de ese marenagnun perturbador que es la actualidad, y dentro del asfixiante oficialismo que sospecho que protagoniza la redacción de un periódico, es principalmente su mirada (la cual, claro, da lugar a una curiosa selección de temas y a un enfoque personal de los mismos)... Pero la audacia, a mi juicio, sólo es una virtud si va acompañada de talento, y algo así han debido concluir los miembros del jurado al destacar su profesionalidad.

El reportaje premiado, por cierto, narraba con nervio -e incidiendo mucho en lo humano- su seguimiento de la última marcha negra de mineros, y, aunque ha recibido una merecida medalla al mérito del periodismo económico, no se trata sólo de un reportaje económico ni de ningún género periodístico específico (esas etiquetas son un bastón en el que se apoyan los textos con miedo a andar solos). Más allá de lo económico era una descriptiva crónica del día a día de la desesperada lucha de un grupo humano con dignidad y agallas, y el periodista, por decirlo con palabras de Ortega y Gasset, se convertía en un espectador privilegiado que contaba desde dentro, sí, pero sin perder la objetividad ni la identidad; sin entregarse a la rebelión de la masa. Por eso descifró para nosotros la batalla y nos la humanizó...

A veces la frivolidad, el wisky, el cine malo y cualquier otra fuente de alegría artificial está justificada: es triste deducir por sus declaraciones en una entrevista que mejorar nuestra inteligencia y nuestra vida no mejora su nómina.

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