LA VELETA
Shengen, víctima
S i los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, los europeos habremos acumulado muchas culpas históricas para tener que padecer el mal trago de la actual clase dirigente. La actual generación de líderes de los principales países de la Unión es de una mediocridad lamentable, y Europa se aboca a una completa y vulgar inanidad. Con independencia de cómo las potencias europeas, y especialmente el directorio francoalemán, han gestionado la crisis económica, que será materia de análisis y controversia en las próximas décadas, la actitud de Europa, en la que están las potencias coloniales que hasta ayer mismo dominaron el Norte de África y el Próximo Oriente, al suscitarse las revueltas emancipadoras de esos países, ha sido triste y cobarde. Pero si grave es la respuesta europea a los forcejeos libertadores de los países de su patio trasero, las reacciones frente a los flujos migratorios generados por los conflictos son sencillamente delirantes. Ya es criticable la falta de reflejos de la UE ante los movimientos en los países árabes: tanto Bruselas como los grandes países del Sur de Europa han sido incapaces de correr en ayuda de las fuerzas emergentes y de prestar sobre el terreno los auxilios que hubieran evitado el éxodo masivo de ciudadanos hacia Europa. Pero una vez que la gran emigración se ha producido -”unos 25.000 tunecinos, egipcios y librios-”, en su mayor parte hacia Italia, Berlusconi y Sarkozy no han tenido otra ocurrencia que proponer la suspensión excepcional del tratado de Schengen, el gran logro federalizante de 1985 que supuso la desaparición física de las fronteras entre los países firmantes.
Verdaderamente, de tales personajes sólo cabía esperar la respuesta pusilánime, cobarde, populista y ruin que finalmente ha resultado. Todavía hay esperanza de que este designio se frustre y de que ese arcano xenófobo sea desactivado en las instituciones de la Unión. Porque lo cierto es que ha habido críticas elocuentes a la propuesta descabellada. El presidente italiano, Napolitano, ha advertido con plausible concisión de que «nada sería más miope, mezquino y perdedor que el repliegue sobre sí mismos de los países miembros de la UE ante el riesgo de flujos migratorios desesperados y masivos en nuestras orillas». La respuesta española ha sido asimismo pertinente: la ministra Jiménez se ha mostrado abiertamente contraria a «dar marcha atrás a todas aquellas conquistas y avances conseguidos». Y el secretario de Estado Juan Antonio Yáñez ha hablado de «catástrofe» al observar actitudes «egoístas y nacionalistas» ante la inmigración.
Es evidente que con estos mimbres políticos, con estos líderes acobardados e incapaces del menor rapto de magnanimidad, no se podrá construir una federación europea basada en la cultura y en los principios de la tradición humanista La emergencia insolente y gozosa del Tercer Mundo nos confina aún más en nuestra postrada decrepitud