LA 5ª ESQUINA
Un hombre de buena fe (II)
Decía Ernesto Sábato que la lectura nos ofrece una mirada más amplia sobre la humanidad y sobre el mundo; que leer nos ayuda a «rechazar la realidad como un hecho irrevocable». No se a qué parte de la realidad se refería el escritor argentino pues tengo la impresión, como decía Lampedusa, que los gobernantes de todas las épocas ejecutan ligeros cambios para que todo siga igual, con esa cadencia irremediable con la que gira la Tierra desde hace siglos. Y no soy pesimista, pero la «sagrada rebeldía» a la que se refiere Sábato, como una grieta para cambiar la oscura monotonía del mundo, configura uno de los sueños con los que se construyen algunas vidas, como diría Ana María Matute, pero de cuya fantasía nos despierta la crudeza y perseverancia de los hechos, por mucho que alimentemos nuestro compromiso con un mundo mejor que nunca llega. Ni se le espera...
Decía Sábato, además, que «un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas». Un argumento muy preciso para descartar de la lectura tanta pluma amaestrada y tediosa. No es el caso de Wenceslao Fernández Flórez, de cuyas crónica periodísticas -recogidas en su libro Confesiones de un hombre de buena fe - obtenemos una imagen muy actual de lo que fue la actividad parlamentaria de nuestros políticos, entre 1919 y 1936; que nos dibuja, sin abusar del determinismo, un paisaje sin cambios en la conducta humana, si me apuran, desde que vivimos bajo una organización social.
En su espléndida obra, W. F. Flórez cita asuntos como aquella idea del conde de Romanones de poner una tarifa para los insultos en el Congreso, de la que dice el novelista que no era descabellada, pero sobre la que muestra dudas pues «no creemos que se apruebe nunca porque vendría a representar la ruina de muchos diputados». Al vizconde de Eza, en el anuncio de su retirada, le dedica una magistral ironía que retrata al detalle la situación en aquella España de la década de los veinte: «Usted cuenta con un gran fracaso en su vida de gobernante y eso vale mucho. Aquí no se asciende por méritos-¦ Los nombres de los políticos que han arruinado, disminuido y depauperado España, son los de aquellos que aún siguen rigiéndola-¦ Si los hombres fracasados se marchan, ¿quién nos gobierna?».
Su crítica era tan feroz hacia la clase política que ponía como ejemplo la España llena de conejos en épocas protohistóricas, argumentando que no nos extrañase que algún día, como sucede algunas veces, los conejos se vean obligados a comerse a sus hijos-¦ Había que hacer algo.