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Publicado por
CAYETANO GONZÁLEZ
León

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Pasadas las primeras horas tras conocerse la impactante noticia de la muerte de Osama Bin Laden a manos de un grupo de élite del ejército de Estados Unidos, se está abriendo en la opinión pública mundial un debate sobre la legalidad, legitimidad y moralidad de dicha acción y, sobre todo, de la forma en que se llevó a cabo. Habría que hacer dos salvedades: una, que la desaparición de la faz de la tierra de una persona como Bin Laden, que ha sembrado tanto dolor y tanta muerte a través de los atentados terroristas llevados a cabo por Al Qaeda constituye en si un hecho muy positivo. En segundo lugar, que no se conocen, y seguramente no se conocerán nunca en su totalidad, los detalles y las circunstancias en las que se desarrolló la operación militar.

Hechas estas dos salvedades, la cuestión de fondo es si todo vale en la lucha antiterrorista. O dicho de otra manera: si el fin justifica los medios. Este es un dilema moral, que a algunos les parecerá ocioso o fuera de lugar cuando se trata de eliminar a un terrorista tan como Bin Laden. Pero para los que creemos que es fundamental mantener siempre una superioridad moral frente a los terroristas; que esa superioridad se debe fundamentar en que el fin nunca puede justificar el empleo de cualquier medio para lograrlo; en que hay unas reglas que se deben de respetar, como que nadie -ni una persona física ni un Estado- está legitimado para matar sin mas a un ser humano por muy repugnante que este sea, el debate sobre la forma de acabar con el líder de Al Qaeda si tiene sentido.

En España tenemos una cierta experiencia sobre estas cuestiones. Cuando en la década de los ochenta, con un gobierno socialista en el poder, se puso en marcha el mecanismo de la «guerra sucia» contra ETA a través de los GAL, hubo también una cierta división en la opinión pública. Una parte lo justificó en base a que si era útil para acabar con la banda terrorista, bienvenido sea. El tiempo ha desmentido esa hipotética utilidad y por el camino, fueron asesinadas o secuestradas más de dos decenas de personas entre ellas un ciudadano francés, Segundo Marey que nada tenía que ver con ETA.

Parece obvio pensar que no tuvo que ser una decisión fácil la que hubo de adoptar el Presidente Obama cuando dio la luz verde para la operación que acabó con la vida de Bin Laden. Combinar legalidad, legitimidad y moralidad a veces no es nada fácil. Cuando estos conceptos chocan entre sí, tiene que prevalecer aquel que garantice mejor el respeto a las reglas del sistema democrático y a los derechos humanos aunque sean los de un terrorista tan abyecto como Osama Bin Laden. Esa es, repito, nuestra superioridad moral frente a los terroristas.