Diario de León

FUEGO AMIGO

Agustín Delgado, música de esparto

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Hasta la publicación de su cuarto libro, de la mano de Gamoneda, el poeta Agustín Delgado (Rioseco de Tapia, 1941) sonaba más por el osado pilotaje de una revista de provincias y por el estruendo de sus polémicas con la tribu lírica que por la solvencia o el embrujo de sus versos. En los sesenta, que es su década de veinteañero, Delgado puso en marcha en León Claraboya (1963-1968), una revista de poesía convertida en tragaluz por donde regresó Cernuda o se coló la lírica civil de los cincuenta, una ventana a la que asomaron los poetas jóvenes y desde donde se expresó el rechazo a los Adonais, el contrapelo a los venecianos de Castellet y la mofa a los budas del olimpo manchego.

Estos días feriados para el libro es novedad su poesía reunida bajo el título de Espíritu áspero (1965-2007), que agrupa sus diez poemarios con una introducción del profesor Lanz. Cerrado el ciclo de Claraboya, el joven Delgado paseó por provincias su cátedra de Literatura, que entonces era un destino de postín. Málaga, Valladolid, Barcelona, Burgos y Madrid fueron algunas de sus estancias docentes. En los veranos, fugaces apariciones por León, a los cursos de extranjeros, desde cuya tribuna dispara con bala a sus vecinos del parnaso local. En los setenta Agustín Delgado participa en la creación de las revistas literarias Camp de l'Arpa, en Barcelona, y Trece de nieve, desde Valladolid. Se doctora con una tesis sobre La poética de Luis Cernuda. Como tantos otros profesores, jubila en cuanto puede el trote de las clases por la contumelia de la inspección. Pasa más de una década en agregadurías de embajada, entre París y Bruselas. Para jubilarse, volvió a Madrid, a un destino en la Inspección central, muy cerca de los libros de la cuesta de Moyano y de las fritangas de Atocha.

Sus versos encuadernados en tapa dura por Trama editorial nos trasladan las estaciones de su poética de la incertidumbre, un paseo que combina la experiencia ácida, la crónica del agobio, el testimonio de la insolencia, el desafío de la socarronería y el desasosiego del hastío. Al lado, sin tocarse ni tiznarse, discurren los ripios radicales, las parodias más reconocibles y la empanada teórica que disfraza sus zambullidas en la impostura bufa y despendolada. Luego viene su obra última, despojada de virutas: el garabato del sansirolé. Son desplantes deshuesados, disparos verbales, pura fusilería conceptista. Una senda siempre acechada por el riesgo, entre el filo del hallazgo, el eco delator y la resonancia insolente. Esta edición canónica de una poesía tan singular como diversa supone el rescate de un autor que siempre ha merodeado por los márgenes. El estudio introductorio de Juan José Lanz ilumina su itinerario y ayuda a seguir el rastro.

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