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León

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L a promesa es a las elecciones lo que las mujeres a Paquirrín, o sea, consustancial al asunto. Un candidato sin promesas sería como una película de kárate sin mamporros. No digamos que imposible, pero sí raro. Uno, que no es político, la única promesa que ha hecho en su vida es a su mujer, el «yo contigo, pan y cebolla», y aquí estamos, dicho y hecho. Ahora, con la crisis los partidos prometen menos, no por falta de ideas, sino para que al electorado no se le irrite el entrecejo. Sin embargo, unas elecciones sin promesas nos resultarían sosas. Si un partido me propusiera llevarme en las listas por León lo primero que le preguntaría al insensato sería «¿podré prometer?». Porque promesas se me ocurren a montones. Obviamente, bastante tiene uno con que se me ocurran como para además pensar en cómo cumplirlas. «Y si gobernamos, os prometo que llenaré las calles de León de leones africanos, que atraigan turistas a nuestra ciudad». Luego, claro, siempre hay el aguafiestas que te chafa la ocurrencia: «Pues como no sea para zampárselos». Aquí dejo la sugerencia, para el partido que quiera hacerla suya: León, ciudad de leones. Y llenarla de auténticos leones vivos, pues domesticados o disecados no causan el mismo efecto. Sueltos por Ordoño, pululando en la Pícara, agazapados en la Plaza del Ayuntamiento-¦ rugiendo a la vez, o por turnos, hambrientos de solomillo local o foráneo. El mero hecho de ir a comprar el pan se convertiría en una aventura selvática. Turistas no sé si íbamos a tener muchos, pero Tarzán seguro que se venía a vivir con nosotros.

Si hay ciudadanos a quienes le parece una promesa demasiado estrambótica que le eche un vistazo a las últimas declaraciones de algunos candidatos locales, son de ciencia ficción con orujo. Total, se dirán, si al electorado luego se le olvida. Sobra amnesia.

La promesa habría de ser el tatuaje del político, lo imborrable. Porque si bien todos podemos entender que un imprevisible golpe de timón pueda dejar sin cumplir compromisos electorales concretos, también es cierto que hay políticos que se deslumbran con la luz de sus propios faroles. León, ciudad de leones. Suena bien. Es más, ya me parece estar oyendo los rugidos. ¿Será por fieras?