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Publicado por
León

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C uando la campaña electoral alcanza su última semana y las encuestas parecen predecir una auténtica debacle para el partido socialista, sus dirigentes arengan a sus fieles, cada vez menos a tenor de los que asisten a los mítines, con palabras más gruesas. Se trata de calentar el ambiente sin importarles las consecuencias. La consigna se repite machaconamente: el PP es hoy la derecha más extrema de Europa. La lanzó Zapatero el primer fin de semana electoral, la recogió luego José Blanco y el pasado viernes la repetía José Antonio Alonso en Cistierna, al tiempo que, con impudicia, soltaba además que dicha derecha había originado esta crisis pavorosa. ¡El gobierno de rositas!. Es una consigna retórica, falsa e hipócrita que no responde a ninguna realidad; pero no les importa porque quieren movilizar a sus teóricos votantes, asustados con el paro y los recortes sociales, con una campaña del miedo.

Dividir a la sociedad española no es de ahora, es la política que viene intentando desde hace siete años el gobierno de Zapatero. Los acuerdos del Tin ell y la legalización de Bildu son dos muestras de la misma, con resultados poco positivos para el PSOE. También la ley de memoria histórica, la lectura interesada y falseada de los años de la República o la ley sobre la eutanasia buscan la división. Pretenden arrinconar al PP, identificándolo con la caverna y el franquismo, deslegitimándolo para poder gobernar; pero la realidad es tozuda y los españoles, pese a los políticos, están más unidos de lo que a algunos les gustaría. Lo ocurrido en Lorca, donde una terremoto dejó nueve muertos y centenares de edificios dañados, es el mejor signo de lo difícil que es romper esa unidad; pues todos los españoles, incluidos hasta sus dirigentes políticos, se han volcado unánimente frente a la tragedia de la ciudad murciana.

Los exabruptos de la campaña electoral son impostados, pero no se debe jugar con fuego. La España actual no es las de otros tiempos, aunque cinco millones de parados pueden ser caldo de cultivo de experiencias autoritarias y xenófobas (véase los proyectos de modificar Schengen). A los que añoran constantemente la experiencia de la República les aconsejaría el libro Palabras como puños (Tecnos, 2011), un documentado estudio alejado de las polémicas «a menudo artificiosas e históricamente absurdas» de la llamada memoria histórica, sobre la intransigencia política en la Segunda República. La guerra civil no fue un proceso inevitable ni condujeron a ella supuestas causas estructurales, sino las actitudes políticas, las expresiones verbales de unos actores, de derecha e izquierda, que se opusieron de manera frontal y desde el principio a la democracia republicana. Las palabras con frecuencia las carga el diablo.