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Publicado por
Ana Cuervo Pollán. Estudiante de secundaria
León

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Desde hace unos días, muchas ciudades del mundo, y, entre ellas casi todas las de España han tomado las plazas y calles. Están tomadas por jóvenes y mayores, por hombres y mujeres, por negros y blancos, por religiosos y ateos. Todos ellos están en las plazas luchando por un objetivo común, que, dicho sea de paso, muchos pretenden desvirtuar: la democracia real y el derrocamiento de los abusos cometidos por la clase política.

Esto empezó el quince de mayo y tiene pinta de continuar unos cuantos días más, puesto que la colaboración, la unión y el pacifismo de los manifestantes es digno de admirar, emociona ver la tremenda unidad para guarecerse, protegerse de la lluvia y, sobre todo, para hacer que la protesta no sea ignorada. El objetivo, como digo, no es otro que luchar pacíficamente en pos de la democracia, la igualdad y el bienestar social de todas las personas.

Los políticos, desde mi punto de vista, no tienen nada que hacer, puesto que lo que hicoeron es prohibirlas a partir de la medianoche del pasado viernes, claro ejemplo del miedo que sufren a perder su trono. Las prohibieron por el democrático objetivo de no influir en las reflexiones de voto del pueblo; para mí, una vez más nos están dando la razón: siguen coartando la libertad de un pueblo libre, fuerte y sabio.

¡Indignaos! Es el grito más oído estos días, y tengo que reconocer que lo han conseguido: estoy indignada. Indignada porque mientras toda la clase política se pasea en coches de lujo, mis amigos no pueden con las hipoteca. Indignada porque mientras La Moncloa es ocupada por los políticos, caminas por las calles y ves mendigos, hecho que ya no debería tener cabida en nuestra sociedad. Indignada por la explotación de inmigrantes. Indignada porque a ningún político le importa terminar con la crisis que ha dejado a cinco millones de españoles o residentes en dicho país en la calle. Indignada, porque toda la sociedad no somos más que una moneda de cambio para los que están afincados en el poder.

Pero por una vez, nosotros somos los que debemos manejar el futuro de este país y de todos aquellos en los que sus calles están tomadas por soñadores que quieren un mundo mejor, siguiendo el ejemplo de España, cosa que como española me enorgullece. Soñadores y soñadoras que en unos meses, o días, espero que se pasen a llamar realistas.

Animo a todos a que no se rindan, a que luchemos juntos, a que consigamos un país libre sin las ataduras de políticos sin escrúpulos. Está más que demostrado que nuestro futuro, si está en manos de esta política, es más que incierto. Por tanto, necesitamos un cambio de sistema, un sistema que nos tenga en cuenta a todos, un sistema que se rija por consensos, un sistema que no marque diferencias, un sistema que nos deje crecer individual y colectivamente. Este sistema es muy fácil de conseguir: ya lo dicen por ahí, «El pueblo unido, jamás será vencido».

Para concluir, espero que este hecho no se pierda en una esquina de las páginas de nuestra Historia, tampoco en las del arte, que es donde también podemos mirar nuestros pasos. Espero también que esta revolución se haga fuerte, duradera y que dé sus frutos. Pero sobre todo espero que esta revolución esté limpia, que en ella no haya ni una gota de sangre.