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Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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É ramos pocos, no sé si buenos pero sí entusiastas. Íbamos de casa en casa, de lluvia en lluvia, de tarde en tarde. A ver a los maestros. Hablo de una Ponferrada de finales de Franco. De unos jóvenes que descubrimos la poesía, el amor, el dolor, la libertad y el olvido entonces. Muchachos indignados, muy indignados porque España era un país aburrido e inculto. Vulgar, injusto y clasista.

En aquella ciudad andábamos un poco enjaulados. No había mucho qué hacer allí. Si estábamos en la calle, unas veces veíamos pasar los lúgubres camiones llenos de carbón. Otras veíamos a las mujeres de los médicos estrenar un modelito cada tarde. Había poco y pueblerino. Aunque había juventud, sentido del humor, búsqueda. Además, estaban ellos, los hombres sabios de la urbe. Sobre todo, dos artistas que vivían en los aledaños de la zona antigua.

Uno era el pintor Andrés Viloria: delicado, lúcido, libre y bueno. Un creador que aceptó su destino en una pequeña ciudad del noroeste. Donde vivió con dignidad y sonrisa. Donde construyó una existencia honesta y secreta. Andrés Viloria fue el Fernando Pessoa de Ponferrada. Y aunque era creador plástico, también escribía. Con intensidad y belleza. El ayuntamiento socialista le publicó algún libro.

Viloria era amigo de otro gran hombre de aquella ciudad, Amalio Fernández. Un extraordinario fotógrafo que era humilde hasta el extremo y que amó profundamente al Bierzo. Tuve la suerte de ser amigo de Andrés Viloria y la de haber conocido y tratado a Amalio. Le iba a ver a la pequeña empresa de transportes donde trabajaba como único empleado, en el mercado de Abastos. También en su nueva tarea, más feliz, como encargado de la oficina municipal de turismo que había junto al puente de San Pedro.

Una vez pasé una tarde entera con él en su casa. Me enseñó cientos de fotografías y me habló de Valdueza, su gran pasión berciana. Durante más de cuarenta años, Amalio salía todos los domingos hacia el valle más sagrado de nuestra provincia. Él siempre encontraba un tesoro en cada aventura. Un contraluz, una niña, un anciano, una casa, una hora. El agua que cae, la niebla. Y, si no, encontraba el tesoro de preguntarse por la vida, el tiempo; por las cosas primordiales.

Los que conocimos a Amalio no podemos ir a Valdueza sin que él nos acompañe. Desde sus fotos, desde su amor por el monte y la luz. Siempre la luz y sus juegos. Amalio fue el maestro de aquel mundo, que ahí está. Más bello que nunca, más verde. Y más en peligro. Valdueza está en peligro de muerte si construyen esa carretera turística desde San Cristóbal.

Si la hacen, morirá Amalio, que vive. En su centenario vive, en la exposición que en unos días nos espera en el Museo del Bierzo.