EN BLANCO
Barricadas
R esponsabilidad y culpa no son la misma cosa, pero el extenso repertorio de agravios ha encendido una sagrada ira civil que, en mi humilde opinión, tiene dos vertientes. Decían los maestros de antaño que la mejor universidad de la vida es el palo, así que la cultura del malestar que se extiende por el país desde que la maquinaria del mercado comenzó a engullir cristianos, hasta cinco millones de parados desarmados y cautivos en las zarpas de la crisis, ha propiciado un varapalo histórico para el partido gobernante, al que al parecer le han robado el queso sin apenas darse cuenta. La debacle electoral de los socialistas es una verdad tan amarga como el limón temprano, y ahora sólo les queda ponerse a hacer cábalas o encomendarse a la milagrosa Virgen de los Imposibles.
Por otro lado, buena parte de los jóvenes españoles se han echado a las barricadas, hartos de que nos les hayan puesto un cubierto digno en el banquete común del bienestar. Vivimos en un mundo indiscriminadamente imperfecto, que precisa una urgente cura de caballo y el consiguiente rearme moral. Bajo esta sed de ideas, y luchando al fin y al cabo por buscarse el cuscurro, se declaran públicamente hartos del tocomocho financiero propiciado -”cuando no auspiciado-” por el poder y su hermano el dinero, cuya fuerza devastadora nunca fue tan grande. Porque la cosa está así: la ultraderecha económica y sus absurdas recetas han provocado la mayor crisis que se recuerda, dando forma a una dictadura del empleo barato o simplemente nulo que pretende arrasar con todos los ideales de lo social, lo justo y lo ético. Semejante política palomitera ha llegado al extremo que, contradiciendo el viejo hábito hispánico de quejarse y no hacer nada, los muchachos dicen a gritos a la autista clase dirigente que es pecado jugar con las cosas de comer y que cada vez nos bombardean más cerca. Ya saben: oído cocina.