TRIBUNA
Pilar Redondo de Altamira
Para los nativos de la tierra, pertenecer al «clan de los leoneses» es todo un distintivo y, desde luego, la vida de mi abuela leonesa bien merece una mención. Pilar Redondo nace en León el 12 de Octubre de 1869 y es bautizada en la Iglesia de Santa Marina la Real, construida en 1571 para capilla del colegio de los jesuitas y que aún conserva numerosos cuadros y esculturas renacentistas.
Su padre, Inocencio Redondo Garcíbañez, era dibujante, escultor, restaurador, arqueólogo y académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. De Madrid, llega a León con 25 años, para ocupar su puesto de catedrático por oposición, de la asignatura de Dibujo lineal, Adorno y Figura, del Instituto General y Técnico. A los dos años de estancia en la ciudad, 30 de Noviembre de 1865, se casa con la joven leonesa Gervasia Tejerina, en la Iglesia de San Juan de Renueva. La familia se instala en la calle del Rastro Viejo, número 1, próxima a la muralla, inexistente al día de hoy a consecuencia de las obras del ensanche proyecto que pretendía unir la población antigua hasta la orilla del río Bernesga, y gracias al cual se aparecerían los barrios periféricos al Norte y Oeste de la ciudad.
De ese matrimonio iban a nacer seis hijos: Pilar, Celestina, Francisco, María, Gervasio y Dolores. Las niñas llevaban una vida muy normal, acuden a la Escuela pública donde reciben la educación típica de la época: costura, pintura, canto y cultura general. Por la tarde acompañan a su madre en las visitas a viejas amistades: la familia Azcárate, los Gancedo, dueños de unas importantes tapicerías, acuden a casa del doctor Pallarés, de los Flórez, de los dueños de «Mantequerías Leonesas», etcétera y, a la ida o a la vuelta, efectúan la paradita obligada en la confitería de don Camilo de Blas para degustar unos deliciosos pasteles, llamados «canelosos», y también para llevarse a casa unas «pastillas de café con leche» que se presentaban en una vistosa cajita de cartón que, una vez agotados los caramelos, servía para guardar infinidad de cosas.
Los paseos con el padre eran siempre de índole cultural, él explicaba los lugares y objetos históricos y artísticos más significativos de León, como la curiosa talla en madera, siglo XII, de una Virgen embarazada que se encontraba en la Catedral.
En esa época, finales del siglo XIX, la ciudad de León presentaba una pésima calidad de vida y una difícil situación social como carencia de alumbrado, de alcantarillado, y de pavimentación. La falta de higiene provocaba continuas epidemias de sarampión, escarlatina, viruela, difteria, pulmonías, diarreas, cólera, etc. Quizá como consecuencia de ellas, mi bisabuela doña Gervasia Tejerina, fallece en Febrero de 1894, justamente víctima de una pulmonía. Con la entrada del siglo XX, la situación sanitaria cambia, en parte gracias a las ideas higienistas de la Institución Libre de Enseñanza y al apoyo de la Fundación Sierra Pambley.
Desde su llegada a León, Inocencio trabaja en las obras de restauración de la Catedral y da clases gratuitas de Dibujo para obreros y artesanos en la Real Sociedad Económica de Amigos de León, de la que era miembro. En ella consolida su amistad con otro notable leonés, el institucionista Patricio de Azcárate, filósofo, historiador y político, además de cabeza visible de una familia de ilustres personajes, como su hijo Gumersindo, jurista que en 1876 participó en la creación de la Institución Libre de Enseñanza junto a Francisco Giner de los Ríos y Nicolás Salmerón, y que más tarde iba a dirigir en Madrid, la tesis doctoral del joven profesor de la Universidad de Oviedo, Rafael Altamira, futuro yerno de don Inocencio. Cuando este queda viudo, la casa pasa a manos de Pilar quien con sólo 25 años, ha de encargarse de sus hermanos. A los tres años, mi bisabuelo se traslada a Oviedo como vicedirector del Instituto General y Técnico.
Para las cuatro hermanas la vida en Oviedo cambia pocas cosas, pasan el día entre la casa, visitas a los amigos y paseos arriba y abajo por el hermoso parque del Bombé. Pronto fueron conocidas por los ovetenses como las bellas leonesas, pero fue Pilar la que conquistó el corazón de Rafael Altamira. La pareja se casa el 19 de Junio de 1899, en la Iglesia de San Isidoro, instalando su nuevo hogar en la calle Campomanes número 10, de Oviedo. De este matrimonio, nacieron tres hijos: Rafael, Pilar y Nela. Y un llamativo detalle: al morir el padre, las tres hermanas solteras pasaron a vivir con el matrimonio Altamira. Mi abuelo Rafael solía decir Me he casado con 4 mujeres...
A partir de su matrimonio, Pilar se convierte en la fiel compañera de Rafael. Durante nueve largos meses espera paciente su regreso del famoso viaje a América de 1909, más tarde se trasladan a Madrid donde Rafael ocupa los cargos de Director General de Primera Enseñanza y su nueva cátedra en la Universidad Central. En 1920 se crea el Tribunal Internacional de Justicia y van a vivir a La Haya en una de las hermosas residencias reservadas a los Jueces del Tribunal. Allí permanecen catorce años. Pilar, junto con las otras esposas, acude cada mes a la invitación a tomar el té con la Reina Guillermina de Holanda.
Son días de gloria para su esposo cada vez más reconocido internacionalmente, pero la guerra civil española trunca su felicidad, vuelven a Holanda hasta la invasión nazi y entonces han de salir para Bayona, de ahí pasan por Portugal, el dinero se acaba y la situación se agrava. Su último destino será México que acoge a un gran número de intelectuales exiliados que llegan con el corazón partido y los bolsillos vacíos. Rafael trabaja hasta su postrer respiro. Para lo bueno y para lo malo, esta leonesa fue hasta el final el consuelo y el apoyo de un personaje excepcional. Cuando él muere, ella le sobrevive escasos años.
Detrás de cada gran hombre, siempre hay una gran mujer.