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León

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En la impactante fotografía de Francisco Fernández que publicó este periódico en su primera del domingo, su rostro pedía en voz baja un afeitado y a gritos una tumbona en Benidorm. También expresaba dolor, sentimiento sobre el que ya no caben bromas. No obstante, no me resisto a una observación: si no es un virtuoso en el arte de meter barriga, comparte entrenador personal con Aznar. Lucía el niqui como un chaval. Los reveses nos ayudan a mantener la línea, pero sin duda él hubiera preferido no caber en sí de gozo, aunque tuviese que aumentar la talla. Dicha foto documentaba su asistencia al Comité Federal, en Madrid. En cambio, en su propia tierra, ha tenido que ponerse la armadura, y no solo porque aquí por las tardes refresca. Tras el batacazo electoral, un sector de su partido exige su cabeza y la de toda la directiva. Habrá compañeros que tengan o crean tener sus razones para reclamarlo, pero otros, simplemente, en un naufragio siempre se ponen del lado del tiburón. Tan viejo como el mundo.

De nuevo, hemos de recuperar una escena shakesperiana. «Mi rey, te hablo a ti, amigo del alma», le dijo feliz Falstaff a su señor Enrique IV, en el día de su coronación. Éste, se vuelve, impertérrito, y le espeta a quien hasta ayer había sido su maestro de vitalismo: «No te conozco, anciano, vete a rezar. Qué mal le sientan las canas a un payaso». Es uno de esos diálogos que deberían tatuarnos al nacer. La ingratitud y la deslealtad también son formas de corrupción.

Ayer, el rostro de Fernández expresaba sentimientos similares a los de la citada imagen del domingo, aunque ya más contenidos. Sólo los niños dejan de jugar cuando no ganan. Hará oposición a un gobierno con mayoría absoluta, liderado por alguien al que subestimaron, que les ganó limpiamente por goleada. Quizá ésta deba ser la primera lección a estudiar. Usa niquis juveniles, pero -recuperando sus palabras- no nació ayer, ni tampoco ha de morir hoy. De la derrota ocasionada por un rival, un político se recupera; de la impartida por los propios le cuesta más, pues deja en su ánimo la herida de la decepción. Mientras, en la calle se reclama una democracia más humana, que ilumine con valores la oscuridad de una crisis.