EL CORRO
Una derrota huérfana
Siempre ha ocurrido que las victorias electorales tienen cantidad de padre s mientras las derrotas suelen ser huérfanas. Lo primero se ha cumplido a rajatabla el 22-M. Lo segundo no, pero sí, y me explicaré. El descalabro ha sido de tal proporción que hacía imposible intentar poner paños calientes con falsos consuelos como el de la derrota dulce. En consecuencia, todo el PSOE, desde Zapatero al último dirigente local, ha reconocido la dimensión del batacazo. Desde ese punto de vista declarativo, no se puede decir que la derrota haya sido huérfana.
Lo que pasa es que en la práctica es como si lo hubiera sido. En democracia, una derrota como la sufrida por los socialistas, de dimensiones históricas, tendría que haber originado una cadena de fulminantes dimisiones orgánicas dentro del partido, comenzando por la del propio secretario general, siguiendo por la totalidad de los secretarios autonómicos y terminando por la de la inmensa mayoría de los secretarios provinciales. Si eso se hubiera producido -y motivos sobraban- el que se hubiera quedado huérfano (de dirigentes) hubiera sido el PSOE. Y la solución adoptada ha sido la de que no dimita nadie, con lo cual a la postre nadie paga con su puesto la responsabilidad de la catástrofe. Por eso puede decirse que en la p ráctica la derrota ha quedado huérfana.
Esa colectivización del fracaso puede entenderse -que no justificarse- desde una estrategia interna de supervivencia. Lo que ya no es de recibo es que se produzca sin el menor atisbo de autocrítica y que los dirigentes territoriales despachen el descalabro sufrido con el mantra del tsunami de la crisis económica. Primero porque es falso que el desgaste del gobierno Zapatero haya afectado por igual a todos los candidatos municipales del PSOE, quedando demostrado que donde había un alcalde solvente y una gestión sólida se podían salvar perfectamente los muebles, como así ha sucedido en Soria y Segovia. Y segundo porque ningún dirigente territorial ha cuestionado los recortes sociales con los que Zapatero comenzó en mayo del 2010 a cavar la fosa electoral de su partido.
El resultado es que los socialistas de Castilla y León han cosechado en votos y porcentaje el peor resultado en las ocho elecciones autonómicas celebradas hasta el presente, bajando por primera vez del 30 por ciento y perdiendo 150.000 votos respecto al 2007. Y en las dos principales ciudades, Valladolid y León, les has abandonado el 36 por ciento de sus anteriores electores. Y ni por esas nadie se ha sentido impelido a irse a casa. En lugar de afrontar la necesaria catarsis (y lo de elegir candidato a Rubalcaba y demorar el congreso es no es más que p rolongar la agonía) deciden meter la cabeza bajo el ala. El mensaje es demoledor.