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León

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Son dos excelentes fotografías las ganadoras del premio IV Centenario del Dulce Nombre. Sutiles como un paisaje humano percibido a través de un cristal con rocío. Y a la vez, claras como un cielo despejado. Tanto la de Javier Quintana como la de Manuel Ramos Guallart plasman el pesar de los papones al saber que no saldría su procesión más querida, como medida de prudencia ante la tormenta. Con la lluvia te puedes enfadar, pero sin odiarla. Hermana Lluvia, la hubiese llamado San Francisco, siglos antes de que Whitman convirtiera a la naturaleza en sinfonía panteísta. Aquella tristeza colectiva no fue generadora de rabia, pues una procesión no es un espectáculo de fuegos artificiales. No todas las decepciones conllevan desesperanza. El cristianismo es, precisamente, lo contrario: esperanza. Por tanto, nadie pudo decir como el replicante en Blade Runner: «Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es el momento de morir». Era tiempo de resurrección, y esta aparece latente en ambas imágenes premiadas, como una presencia invisible, pues del mismo modo que un cuadro no empieza ni termina en los límites del marco, en una fotografía también está aquello que no aparece reflejado. Hermana lluvia, eres imprevisible y contradictoria como la condición humana.

La lluvia tiene un importante protagonismo poético en la última película de Woody Allen: Medianoche en París . Les recomiendo que no se la pierdan, pues es un tesoro de sabiduría emocional. A partir de cierta edad, ya nuestro corazón no acepta más líder que la bondad. Y esta virtud empaña esta pequeña gran historia.

Y sobre la Historia, ahora con mayúsculas académicas, Edith Sitwell, escribió, recordando los bombardeos nazis sobre Londres, un poema de agua cristalina: «Aún cae la lluvia/ oscura como el mundo del hombre/ negra como nuestra carencia/ ciega como los mil novecientos y cuarenta clavos sobre la cruz». La belleza es siempre verdad. Y añade Sitwell, convertida al catolicismo en 1955: «Cristo, día y noche/, apiádate de nosotros/ del opulento y de Lázaro/ bajo la lluvia las llagas y el oro son lo mismo». Dime, lector, ¿quién en un día sin tormenta no ha sido alcanzado por un rayo?