Diario de León
León

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Tiempo de moscas en León, cuando llega la canícula y la gente se apresura a ponerse bajo palio, no vaya a ser el sol, siempre voraz con los pasteles y la morralla. Las moscas avientan como setter la perdiz la debilidad del ser vivo, al que señalan con vuelos circulares y agobiantes; las moscas tercas son el estigma que señala a las víctimas. Así supo Armstrong de la pata que cojeaban sus rivales mientras pedaleaba Alpes y Pirineos arriba para hacer saltar la banca del Tour. Las moscas delatan el ácido láctico por las nubes mientras se descompone el riñón al tiempo que el resuello. Un tío listo Lance; tanto como esos políticos leoneses que en estos días se meriendan a los rivales del último asalto que les queda para vivir de la cosa pública cuatro años más. Avanzan las moscas como tupés sobre las cabezas de los derrotados, que agonizan a falta del escaño que habían calculado como puente para la jubilación después de haber dicho adiós al coche oficial, las prebendas que distinguen al animal público o la fiereza del poder. Es fácil apreciarlos; a veces, a mediodía, pasean en bicicleta Alcalde Miguel Castaño abajo, sorteando peatones allá por donde no fueron capaces de hacer llegar el carril bici en los últimos cuatro años. Ellos en la bici; y las moscas sobre su cabeza, igual que los pobres ciclistas moribundos a los que el gran Armstrong llevaba al borde del abismo en el Tourmalet. Te van a comer las moscas, que es la segunda advertencia más recurrente de padres a hijos en León, va camino de convertirse en cantinela estival que marca el devenir de los que no han sido capaces de orillar la tierra de promisión que permite disfrutar de cuatro años a la sombra, donde no hay sitio para moscas ni nada que se le parezca. De la batalla cruenta que se ha abierto por la Diputación de León se van a cebar las moscas, esas que son al proceso de las descomposición lo que los cítricos al zumo. Se han pasado el último mes mirándose de cerca mientras se codeaban como aguerridos escaladores de la política; metían miedo a los rivales sin saber que éstos, los contrarios que sí se han mantenido en pie, veían circular a las moscas sobre las coronillas de los derrotados como la aureola que certifica la paciencia del santo Job. De ahí, las cunetas repletas de cadáveres de los que no llegaron a creerse el vaticinio: que las moscas se iban a dar un festín a su costa.

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