Diario de León

tribuna

Oferta: se escriben biografías a 6,5 millones

Publicado por
Fabián Estapé Rodríguez | economista
León

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Hoy, antes de meterme en harina, me gustaría ponerte en antecedentes, lector, sobre un asunto relevante del panorama de la actualidad cultural nacional. Relevante no tanto por el hecho de que la publicación de un Diccionario Biográfico, dimanado de la Real Academia de la Historia, constituya un logro en el vademécum del conocimiento sino por su coste y sus resultados finales. Permíteme que, como economista curtido, sentencie que «la relación calidad/precio» del producto no es equilibrada- ¡Veamos por qué!

Fue allá por el 23 de mayo del remoto año de 1735 cuando fueron aprobadas las constituciones de la que habría de ser Real Academia de la Historia. A los pocos días, el novel director, el historiador, crítico -entre otras obras del Quijote- y dramaturgo, fundador y secretario de la Academia del Buen Gusto -de 1749 a 1751- (institución que consagró el estilo rococó e introdujo el Neoclasicismo en España), el vallisoletano D. Agustín Gabriel de Montiano y Luyando, propuso que se comenzara a trabajar en un Diccionario histórico-crítico de España, instando a los Srs. Académicos para que dedicaran todo el tiempo disponible a su elaboración. El objetivo de estos próceres historiadores, con el diccionario, no era otro que «desterrar las ficciones de las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia» y que, a los acontecimientos, se les diera «la más exacta cronología». Los académicos, según la propuesta hecha por Montiano, empezaron a trabajar en diversas materias: geografía, origen de España, sucesión e historia de sus reyes, costumbres, leyes, rentas reales, comercio, varones ilustres y otras más para compendiar todo el saber sobre el pasado, después someterlo a revisión científica y, así, separar lo falso de lo cierto (intención que, como hemos podido comprobar, la edición actual no cumple plenamente-).

Como todo lo bueno tiene corta existencia, este proyecto se restringió y los académicos orientaron su labor, únicamente, a la ejecución de un diccionario Geográfico de España, en el que puso tesón y denuedo don Pedro Rodríguez Campomanes mientras fue director de la institución, entre 1764 y 1797. Con la copiosidad de materiales reunidos, a priori, se auguraba que, en pocos años, los académicos debían haber podido completar y publicar el Diccionario geográfico de España; sin embargo, con los escasos recursos (las arcas ministeriales de la época no disponían ni remotamente de fondos suficientes para cofinanciar la empresa) y rudimentarios medios disponibles (sin fotocopiadora, ordenador, pizarra electrónica, Mp4,-¦), no fue posible terminarlo, a pesar de los esfuerzos realizados por la Academia, y solo se llegaron a publicar dos tomos, en 1802, correspondientes a las tres provincias vascongadas y Navarra. Esta añeja aspiración de la Entidad, ha tenido que esperar a concretarse en este siglo XXI en el Diccionario Biográfico Hispano.

El 21 de julio de 1999, la Real Academia de la Historia firmó un convenio con el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte con objeto de elaborar el añorado compendio del saber, en un plazo de ocho años y por el módico coste de 6,5 millones de euros (céntimo arriba, céntimo abajo-¦).

El Diccionario incluiría unas cuarenta mil biografías de personajes destacados en todos los ámbitos y en todas las épocas (desde el siglo III antes de Cristo hasta la actualidad) de la historia de España y de las antiguas posesiones de ultramar. Ahora ya se contaba con una base de datos electrónica capaz de almacenar y editar toda la información que ha ido recopilando el equipo de documentalistas que integran el Centro de Estudios Biográficos de la Real Academia de la Historia, bajo la supervisión de las comisiones de académicos -"coordinadas por D. Quintín Aldea-". La Real Academia de la Historia ha dispuesto, pues, de colaboradores calificados, de los medios materiales necesarios y de la técnica adecuada para haber conseguido un éxito rotundo con un proyecto que, a pesar de todo, significará un gran paso en la «sociedad del conocimiento». Por eso, no es extraño que la Real Academia de la Historia tenga ya «casi vendida» la primera edición de esta obra, y ello a pesar de que sólo se ha puesto a la venta la mitad de los 50 tomos que tendrá en total y de que el precio global es de 3.500 euros.

Sin embargo, como privilegiado conocedor de buena parte de la obra y de la historia reciente de nuestro país, he de señalar que me uno a todos aquellos que, legítimamente, han criticado y polemizado sobre ciertos aspectos de algunas de las entradas incluidas en el Diccionario que pueden llegar a levantar ampollas no sólo entre los círculos intelectuales y los expertos, sino también, sin duda en la sociedad en general.

Vayamos al grano, con motivo de la petición que se me hizo para que revisase como experto la entrada de Ildefonso Cerdá, pude acercarme a la obra y ver que en la misma magna publicación se invocaba a otro personaje muy conocido por mí: «Esmeralda Cervantes». Dado que mis estudios sobre el gran ingeniero Catalán y su familia ya comenzaron en 1975, tenía datos más que sobrados sobre la susodicha «Esmeralda Cervantes» que no era otra que una de las hijas ilegítimas de Cerdá que llegó a ser una consumada y destacada arpista (aparte de ejercer otros destacados menesteres en el mundo de la enseñanza, el feminismo y, sorprendentemente, en la Masonería) y que actuaba bajo este pseudónimo sugerido por el propio Víctor Hugo (amigo y admirador incondicional suyo). No obstante, dado el halo de autoridad que rodea a la obra dimanada de una Real Academia, pensé (erróneamente) que la magna comisión habría descubierto una serie de datos sobre la arpista que no estaban en mis estudios; así que me puse en contacto con la Academia para que me informasen al respecto-¦ Cuál no sería mi sorpresa cuando me contestaron que la voz Esmeralda Cervantes ya estaba elaborada, publicada y, como pude comprobar después, parca de datos. Pero, aún hay más. Cuando ya se han revelado públicamente las entradas correspondientes a D. Manuel Azaña Díaz, a D. Juan Negrín Gómez, a Francisco Franco y con alborozado rebozo a San José María Escribá, no es extraño que todos los que hemos conocido de primera mano a estos personajes nos resulte cuando menos «chusco» leer que, sin ir más lejos, el general Franco «montó un régimen autoritario pero no totalitario» o que el Gobierno del socialista Juan Negrín fue «prácticamente dictatorial»- Permítanme que no nombre a los autores de estas frases porque, realmente, me da vergüenza ajena como español y como investigador; los que vivimos aquellos años sí sabemos precisar quiénes fueron Azaña, Negrín, Franco,-¦ e incluso, con gran precisión, otros personajes de fuera de nuestra patria como Mussolini (colega de nuestro «dictador»), por lo que llegamos a concluir que estas entradas no pueden estar hechas más que por simples aficionados a la historia (sin ir más allá y juzgar sus buenas o malas intenciones ni su objetividad o subjetividad).

Para finalizar he de hacer mención a la entrada de José María Julián Mariano Escrivá de Balaguer y Albás, beatificado por Juan Pablo II el 17 de mayo de 1992 y elevado a la categoría mirífica de santo el 6 de octubre de 2002, por lo que me ha sugerido alguien allegado a un servidor, que debo tratarle con todo el respeto. A pesar de todo, creo que lo que ningún católico de buena fe podrá admitir es que en una obra que se supone científica y rigurosa, se diga que la redacción entera de la obra del padre Escribá, «Camino», fue escrita por Dios mismo guiando su mano.

Visto esto, lo que me resulta imposible de admitir es el carácter sumamente superfluo de la responsabilidad asumida por el Director de la Real Academia de la Historia, D. Gonzalo Anes (distinguido por D. Juan Carlos I con un marquesado- su majestad ha sido generoso en este aspecto). Y esto lo digo con verdadero dolor, tras escuchar sus declaraciones en las que admitía que «puede haber, sin duda, un subconjunto de entradas que necesiten, a la vista del debate, una revisión historiográfica y editorial»,- ¡¡Es decir, si nos hubiéramos callado, ahí quedaba eso per saecula saeculorum!! (de todos modos, sobre el papel, estos desatinos, dislates, barbaridades,-¦ o como se le quiera llamar, quedarán perpetuados durante años pues, escudándose en los recortes que la crisis y Bruselas han instaurado en nuestro país los cambios, añadidos, etc. que se «sugieran y sus autores quieran admitir» se harán sólo «en la edición digital» de la obra) De momento, la edición de papel «se queda como está», a no ser que, en futuras ediciones, «se quieran poner fe de erratas u observaciones de otro tipo», señaló Anes.

Tampoco es plausible que D. Gonzalo Anes se justifique diciendo que no tuvo tiempo de leer los tomos publicados hasta ahora y que delegó en otros compañeros académicos, pues, aparte de un incumplimiento de obligaciones, me consta que varios académicos no han estado ni están dispuestos a cumplir las órdenes de su director que significan ejercer la censura sobre sus propios compañeros también historiadores- No se puede aducir que «al comienzo de cada tomo se deja muy claro que las biografías pertenecen a su autor y que la Academia no ha querido intervenir en el contenido de esas biografías». Cuando alguien desempeña un cargo de la talla de la dirección de una Real Academia, tiene que estar a la altura y si no, no haber «exprimido como si fuera un limón» al insigne D. Luis García de Valdeavellano para llegar al puesto que ahora ostenta (como comentaba a sus allegado entristecido D. Luis que había hecho el Sr. Anes)

Y mañana más.

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