Diario de León
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luis artigue
León

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M e dice Joaquín Pérez Azaústre -”uno de los mejores escritores de nuestra generación, cordobés con mirada de toro de lidia experto en placeres con significado-” tras conseguir el último Premio Loewe: «Ya he comentado aquí que ésta la tengo que celebrar en León en un sitio pequeño lleno de gente casi hasta el techo en el que, mientras te estás metiendo una morcilla que parece gloria pura, va el camarero y te insulta...».

En verdad el dionisíaco Barrio Húmedo, que tiene una vida de noche y otra distinta de día como los políticos y las trotamundos de alterne, sorprende al transitar por sus callejas intestinales porque está repleto de rincones en los que se doma el tiempo; locales como reductos en los que esta ciudad urbana a su manera ofrece a los visitantes un doctorado en el simplificado, milenario, arte del bien vivir. Hablar a gusto, beber y comer, esas dimensiones que, según los clásicos hedonistas, no equidistan mucho del sexo, se vuelven no repetida costumbre sino rito concelebrado apasionadamente porque, como dice Paco el de La Bicha, «en esta ciudad casi nadie tiene pasta, pero para fiesta siempre hay».

Es ese hombre nervudo, contestatario y tra bajador un tipo duro como el mango de un hacha, a veces tiene pinta de coleccionar escopetas recortadas y ese local suyo tan pequeño que parece de juguete, ya que cuenta con un pan frito con ali oli envidiado por los dioses, tiene un éxito que a ciertas horas le estresa y sobrepasa.

Acaso riéndose un poco de Ferrán Adriá, la nouvelle cuisine y todo lo sofisticado este restaurador de la Sobarriba, como quien inventa el vino con gaseosa, lleva años poniendo aquí de moda lo de siempre: pan de pueblo y productos de matanza, salchichas, chorizo, panceta, morcilla, lomo y demás. Y le ha dado a todo un rústico aderezo sobre esa plancha incansable suya para que la gente pueda comer lo de siempre así, de pie, como nobles en un coktail no restringido a la mal llamada alta sociedad.

Sin embargo -”les prevengo-” hay que visitar La Bicha cuando abre, o a última hora cuando cierra con los clientes dentro (en todo con frecuencia lo mejor llega demasiado pronto o demasiado tarde). Si lo hacen así podrán escuchar relajado a ese camarero arisco en otras horas. Y descubrirle como un discursador corrosivo, sorprendente, liberado de la tiranía de la normalidad mental, ajeno a la claudicación y estimulante siempre: en esta ciudad sabemos que, ahora que los del 15-M se han echado a la calle esgrimiendo el Indignaos de Hessel, ese consabido discurso ya lo inventó y lo predica Paco, el revolucionario dueño de La Bicha ... Comer, beber y pensar. ¡Viva todo!

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