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León

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En un sencillo y emotivo acto celebrado ayer en Valladolid, Castilla y León rindió homenaje a los «cincuenta y seis paisanos» asesinados o heridos por el terrorismo. Esposas, hijos, padres y otros familiares recogieron las condecoraciones de las víctimas directas de una sinrazón humana contra la que sólo cabe, por tópico que parezca, la unidad de los demócratas, la confianza inquebrantable en del Estado de Derecho y la reparación de la dignidad de esas personas. Precisamente la unidad política fue una de las sensaciones más nítidamente percibidas en el acto que presidieron Juan Vicente Herrera y Miguel Alejo en representación de la Junta y el Gobierno. Es bueno -”y justo-” que fuera así: las víctimas lo son de todos los partidos. O sencillamente de ninguno: son personas.

Dos sensaciones más, esperanza y contrariedad, pesaron en el ánimo de los presentes, muchos de ellos leoneses. Una es que el final de ETA que se presume próximo sería la victoria compartida por todos los demócratas que durante cuarenta años han padecido en propia carne la sinrazón de estos asesinos. Y la otra es que las víctimas, que desgraciadamente tienen muchos motivos para sentirse humilladas, acaban de encontrar uno más: la designación de Martín Garitano como diputado general de Guipúzcoa supone que ETA, todavía no disuelta, podrá revitalizarse al seguir tutelando el proceso y dirigiendo la llegada al poder de sus amigos. Y eso con un gesto todavía más doloroso: Garitano se descubrió a sí mismo colocándose junto a la medalla de diputado general un pin en la solapa con el número de preso de Otegi. Equiparar así a ejecutores y ejecutados desde la tribuna mientras se apela a una solución sin vencedores ni vencidos -”éstos, 858 víctimas inocentes-” es sencillamente abominable. Ojalá sea cierto que estamos asistiendo al final de ETA, aunque sea de esta manera tan vergonzosa y humillante para la sociedad española. Malos días para la democracia si el precio es la memoria y la dignidad de los inocentes confundiendo a las víctimas y a los verdugos en un intento de que nadie los reconozca y mucho menos de que tengan un hueco de justicia cuando se escriba la historia.