Diario de León

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La semana que terminó fue pródiga en imágenes impactantes. Es casi un resumen fotográfico: hemos visto a la vicepresidenta económica realizando una encomiable labor en el terreno de actuación que le queda convenciendo in extremis a los nacionalistas para que evitasen la caída del Gobierno y apoyasen, con su abstención, la nueva normativa sobre negociación colectiva. Hemos visto al presidente Zapatero tratando de navegar por la escollera europea. Hemos visto los relevos de algunos presidentes autonómicos por otros, con Dolores de Cospedal como figura estelar del poder más que emergente del PP. Hemos visto, claro está, y también lo hemos oído, al nuevo diputado general de Guipúzcoa, Martín Garitano, con su pin con el número del preso Arnaldo Otegi en la solapa. Pero para mí la imagen más significativa ha sido una no-imagen. La no-imagen del Rey en el salón de plenos del Ayuntamiento de San Sebastián. El retrato del monarca, que ambientó la toma de posesión del bildutarra Juan Carlos Izaguirre como alcalde, ha desaparecido.

De cuantas cosas nos están cambiando súbitamente, desde los recortes en el estado de bienestar hasta la velocidad en las carreteras, yo diría que lo más trascendente va a ser lo que ocurra en las llamadas nacionalidades históricas. En Euskadi se está delineando ya, me parece, un acuerdo no escrito -aún- entre el PNV, que ha consentido que los aberzales lleguen a los ayuntamientos y a la Diputación guipuzcoana, y lo que significa Bildu. Hay ahí una alianza en ciernes, pensando en las elecciones autonómicas vascas, frente a la que podrían intentar mantener el PSE y el PP. Auguro conflictos, como los hay siempre que una sociedad se parte en dos mitades. Los peneuvistas, y hasta Bildu, tenían ahora la oportunidad de cauterizar heridas y cerrar brechas, que no basta con la desaparición de ETA para normalizar el cuerpo social vasco. La han desaprovechado y han hecho exactamente lo contrario. Ahora, al Estado, al Gobierno central, debilitado como casi nunca lo estuvo, al líder de la oposición, al resto de fuerzas políticas, incluso a la ciudadanía en la calle -e incluyo a lo mejor del 15-M- les corresponde tocar a rebato, defender la legalidad. Sabíamos que la llegada a los escaños de poder de Bildu -que era inevitable: no cometamos la simpleza de culpar a unos magistrados del Tribunal Constitucional- iba a provocar muchas dificultades y desajustes; sería utópico pensar que, por el mero hecho de poseer bastones de alcalde, iban a convertirse en amantes del sistema. Pero la sociedad debe ensayar la firmeza cuando se traspasan las 'líneas rojas'. Que una cosa son las libertades -"y Bildu tiene perfecto derecho, abominando de la violencia, a expresar unas ideas que obviamente no son las de la inmensa mayoría de los españoles; incluso, desde luego, tienen derecho a no sentirse españoles-" y otra la violación de las normas de respeto institucional y de convivencia política.

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