La reverente y envidiada eñe
Mirando de forma objetiva a la señora Eñe, podemos recapacitar sin extrañeza sobre sus hermosos sueños y reconocer su cariño.
No siendo la primera doña de su habitáculo, consigue ser reverente para la mayoría y también envidiada por unos pocos.
Ya de niña crecía sin ñoñería y con mucha calma jugaba con sus muñecos de trapo. A más de uno tenía que apretarle bien el moño para que no se hiciera el señoritango.
Doña Eñe trata siempre de añadir y para ello, en ocasiones, da un puñetazo en la mesa. Con eso consigue que los ñiquiñaques se lo piensen dos veces, antes de pensar en dar puñaladas mañaneras. Sin echar leña al fuego e intercediendo en las riñas de su espacio, todos la buscan cuando no da señales. En algunos momentos, aparece una ñoñez metiendo ponzoña al que se la deja poner, tratando así de teñir el paño originario. Las tiñas en su inicio son manchitas y si no se ven como boñigas pueden llegar a ser muy dañinas. Muy difíciles de erradicar si sólo se hacen lavados en la bañera. Ella no es la primera dama, pero nunca está de coña. Con su pañuelo al cuello tiene la maña de conseguir que los huraños den la cara. Su capacidad es tal, que está metida entre las punteras cuando se habla de España.
Casi todos, sean o no gañanes, la respetan por su esfuerzo y entereza; otros no tanto al saber que nunca la verán diñarla. Añorar enfrentamientos es de saña y no es propio de cosas buenas. Parece más un señuelo con viñetas cargadas de rencorosos niñatos.
Doña Eñe es respetuosa, orgullosa de ser una auténtica española. Se ciñe año tras año a su cometido, aunque a veces quieran pegarle algún leñazo. Son aquellos que, habiéndoles dado mucho, se vuelven tremendamente roñosos.
Si ella se pone de primera es muy humilde y ocupa pocas páginas; pero es capaz de unir a las que lo son, en el recorrido para perpetuar el nombre de nuestra querida España.