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Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Almazul es un pueblo del oriente soriano cuyos vecinos tienen acreditada una destreza secular en la elaboración de escobas de retama, que en sus buenos tiempos surtían los mercados entre Ágreda y Almazán. Pero eso fue antes de la desbandada. Félix López, que es su alcalde, encabeza una liga de doscientos cincuenta pueblos que están hasta las narices de observar cómo avionetas piratas surcan su cielo cada vez que lo sombrean las nubes para malograr la lluvia con disparos de yoduro de plata. Unos inhibidores que en su caída contaminan los ríos y acaban malogrando bosques y campos. Estas correrías celestes no son una estrategia reciente para lograr por arriba la sisa que dejó en amago el archivo del Plan Hidrológico Nacional. En realidad, los vuelos sin control arrancaron hace más de veinte años para mitigar los efectos catastróficos del granizo.

Entonces se aventuró que estas expediciones estaban patrocinadas por las aseguradoras agrarias. Pero al parecer aquel programa, sucesor de tantos siglos de sortilegios populares, se mostró más caro que eficaz y dio paso a la argucia de robar en el aire el agua de lluvia, que es un bien más codiciado que las dudosas cosechas del altiplano soriano. Lo cierto es que las nubes pasan de largo y han dejado de descargar a este lado del Moncayo. Acabo de escuchar en la radio las palabras cargadas de sensatez del alcalde de Almazul y no puedo evitar su contraste con las disputas autonómicas sobre el control del agua fluvial. Félix el alcalde expresa su queja en palabras troqueladas con la mesura que sólo alcanza quien se sabe portavoz de siglos de razón.

En la tradición, el manejo de los truenos lo llevaban los nuberos, unos hechiceros que desde siempre mangonearon las propiedades dañinas de las nubes: los relámpagos, el granizo o las trombas de agua. Por eso, el Fuero Juzgo condena a estos hacedores de tormentas a penas de doscientos azotes y a su exposición pública para escarmiento de otros intrépidos tempestarios. Los nuberos cabalgaban las nubes y estaban inspirados por ánimas errantes. Podían ser benéficos si les complacían los conjuros.

En Soria, allá por los noventa, se apuntaron a la defensa de sus nubes setenta pueblos. Hoy son más de doscientos cincuenta y cuentan con una flotilla propia de voladores teledirigidos. También colabora con ellos la empresa del aeródromo de Garray, a través de un convenio que apoyan la Diputación, la Cámara Agraria y la Junta de Castilla y León. El propósito es vigilar el espacio aéreo soriano y poner coto al robo de las aguas volátiles. Porque leyes y Estatuto se ocupan de las fluviales, sin reparar en el dominio de las nubes, esas que nos birlan los ladrones tecnológicos envenenando el cielo con proyectiles químicos.