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León

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I gnoro si Francisco Fernández sigue teniendo su bulldog llamado Sumo. En el barrio, cuando éramos vecinos, se decía entonces que no había perro más progresista, socio de Greenpeace, que sabía ladrar en cuatro o cinco idiomas, que si le iban a fichar de asesor en La Moncloa, en fin, lo habitual en estos casos. Ayer, al llegar a casa habrá exclamado, citando a Lord Byron: «Cuánto más conozco a los hombres más quiero a mi perro». Fernández le ha ganado una batalla al sector crítico, pero no la guerra. Un respirín en la jungla de la política. No habrá lista alternativa a la Diputación. Ah, los propios. Los animales son leales, sin necesidad de estar disecados. Vale, sí, unos más que otros, pues a un cocodrilo nunca le dejaríamos las llaves del coche nuevo, pongamos por caso. Pero el animal desleal es una excepción. Acoge en tu casa a un tigre de Bengala y tendrás a un amigo para toda la vida, no digamos ya a un mandril o a una tarántula. Tienen su pronto, claro, pero enseguida se les pasa. Si te muerden, pican, engullen o trituran no es -como diría Vito Corleone- por algo personal sino sólo por negocios. En cambio, hay días que dan ganas de colgar un cártel que advierta: «Cuidado con la condición humana».

Pero la lealtad ha de ser carretera de dos direcciones. Es decir, ni Sumo ha de morder al alcalde, ni éste a Sumo. Ya, se me dirá, pero es que no hay hueso para todos. Entonces, si realmente se trata de eso, de colarse Fulano o Mengano, entonces, la política deja de ser el arte de resolver los problemas de los ciudadanos para convertirse en la forma de que los políticos se resuelven lo suyo propio. ¿Y todavía se extraña alguien de que cada vez haya más indignados?

Resulta comprensible que los partidos tengan que solventar sus propias discrepancias internas, y más después de un revés electoral, pero lo deseable es que sea con respeto mutuo, con ejemplaridad. Sin ladridos, rabias ni bozales. Porque si Sumo pudiera hablar, tras escuchar a su dueño contarle ayer cómo ha transcurrido este crispado rifirrafe entre socialistas, le hubiese dicho con flema canina: «Cuando más conozco a los hombres más me alegro de haber nacido perro». Y dicho esto, se habría puesto a hacer un sudoku.