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Publicado por
manuel alcántara
León

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¿ Dónde estarán las llaves, matarile? Los amo dorrados hechiceros de la catedral de Santiago de Compostela se las dejaron puestas. Sólo tres personas podían entrar y salir a la cámara de seguridad donde se custodiaba -”es un decir-” el Códice Calixtino que miniaron con paciencia exquisita aquellos calígrafos medievales, mientras les salía fuera la luz del corazón. De momento no hay pistas, pero una joya de ese calibre no puede venderse en una subasta, ni en una librería de viejo. ¿Quién compra ese misterio? No hay tasación, ni en el nombre de la rosa, ni en el nombre de la prosa. Los sagrados pergaminos no solo no estaban protegidos, sino que no estaban asegurados. La conclusión provisional que los todos españoles pueden elevar a definitiva es que sus custodios enlutados eran unos cretinos realmente importantes.

Estamos habituados a que cada semana se hable del «robo del siglo», pero éste es del siglo XII. El ladrón o los ladrones encontraron todo género de facilidades, ya que los guardianes pertenecían al género tonto. Bueno, de hecho son la risa nacional. Lo normal es que quienes cambian las cosas de sitio sean unos tipos listísimos que se dediquen a dirigir equipos de fútbol o a dirigir nuestras esperanzas de mejoría colectiva mediante la política. Por eso a nadie le sorprende demasiado que un centenar de socios de la Sociedad General de Autores (SGAE) exija su refundación, ni tampoco que el Gobierno regule los sueldos de los banqueros sin aumentar sus impuestos. Son los métodos tradicionales que se usan para encubrir al parecer inevitable porcentaje de granujas infiltrados

El legendario Rafles, que era un ladrón de guante blanco, tenía un hermoso eslogan: «Tiempo perdido, algo perdido; dinero perdido, nada perdido; corazón perdido, todo perdido». Robaba él las cajas de caudales, pero hay que reconocer que tiene más mérito robar las catedrales. «El que lo robó sabía de qué se trataba», ha dicho el deán de la catedral de Santiago de Compostela. El que no tenía una idea muy clara de su custodia era precisamente él.