EN BLANCO
Picalimas
A nte todo, debo aclarar que la autoría intelectual del bellísimo calificativo de picalimas corresponde a Pepín Muñiz, ese showman de todo lo leonés al que considero mi mentor espiritual y maestro material, tanto para lo bueno como para lo malo -”más de lo segundo que de lo primero-”. Ya saben a quién me refiero, al gran filósofo local y experto en temas balompédicos que tuvo la deferencia de comentar para este periódico las vicisitudes del Mundial de Sudáfrica. De cara a la final entre España y Holanda emitió un certero juicio de valor que ya forma parte de la antología del fútbol patrio, al asegurar que el resultado del partido dependía del tema de las Cabañuelas, pues no era lo mismo que el campo estuviese nevado a que los nuestros soportaran una temperatura de 40 grados a la sombra. Y dio en la diana, tal como evidencia el memorable gol de Iniesta. En otro momento les comentaré las peripecias actuales de Pepín, pues forma parte del equipo multidisciplinar de psicólogos y otras yerbas que tratan de enderezar el rumbo mental de Maradona, porque ahora toca hablar del colectivo de políticos felones, banqueros jetas y especuladores malandrines definidos como picalimas.
Lo cierto es que hemos entrado en una dinámica absolutamente disparatada, hasta el punto que España ha perdido la brújula y no sabe dónde buscarla. Vivimos instalados en el bramido, proveniente en muchos casos de los propios corruptos y mangurrinos perpetuados en sus puestos por un período de tiempo razonable para proseguir con sus petardeos. Gran parte de la juventud se ha lanzado a las calles para quejarse de semejante pantomima, movimiento que a día de hoy cuenta con un apoyo popular mayoritario. El país necesita una segunda transición que recupere el espíritu de pacto y concordia de otros tiempos. Y olvidarnos de un modo de hacer política ramplón y mediocre, propio de picalimas.