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Ponferrada

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T e mando con esta carta nuestro anillo de bodas», le escribió a su mujer Juan García Arias unas horas antes de que lo fusilaran en las tapias del cementerio de Puente Castro. La caligrafía es perfecta, la letra clara, pero algunas palabras aparecen borradas por las lágrimas. Y así se han conservado durante 75 años.

Es para llorar. La forma en que murió. Los motivos que buscaron para matarle. El tiempo que ha tenido que pasar para que Ponferrada comience a saber quién fue su último alcalde republicano. Lo que hizo para evitar un derramamiento de sangre el 20 de julio de 1936. Y de lo que le sirvió.

Juan García Arias sólo fue alcalde durante diez semanas. En ese tiempo, demostró dos veces la clase de persona que era. La primera vez, participando en el rescate de las víctimas del accidente ferroviario en el túnel de Las Fragas, a seis kilómetros de la ciudad. Allí perdió un reloj de oro de bolsillo y la compañía ferroviaria para la que también trabajaba como inspector, decidió regalarle otro para agradecerle «su valor» y «su altruista y humanitaria actuación».

La segunda vez que Juan García Arias demostró su valor y su humanismo fue encaramado en el balcón del Ayuntamiento, dirigiéndose a una masa de mineros enfurecidos por la rebelión de los militares, convenciéndoles para que no quemaran la iglesia de San Pedro y regresaran a Asturias, donde el coronel Aranda acababa de sumarse en Oviedo a la rebelión.

Nadie le regaló ningún reloj por aquel intento vano, porque entre los mineros asturianos y los guardias civiles que se habían concentrado en Ponferrada para levantarse en armas contra el Gobierno republicano prendió el odio en cuanto se cruzaron en la misma calle. Durante 24 horas, la ciudad fue un campo de batalla y el alcalde, que había encerrado en la cárcel municipal a los principales derechistas para evitar alguien tuviera la tentación de lincharles, tuvo que esconderse en una casa y después alojarse en el Hotel Lisboa, donde lo detuvieron cuando el Ejército sublevado barrió la resistencia de los últimos mineros.

Nadie le premió con otro reloj. Al contrario. Le quitaron el que le habían regalado. Y después de 75 años, muerto el alcalde, y sin que haya ninguna calle en Ponferrada que le recuerde, ni ningún capítulo escrito sobre él en la historia oficial, uno se puede imaginar en qué clase de bolsillo terminó.

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