La opinión del lector
La macabra realidad de las granjas peleteras
Todos los animalistas sabemos que esos desolladeros eufemísticamente denominad os granjas peleteras no son en definitiva más que cárceles con su correspondiente cadalso, tan siniestras por dentro como fashion por fuera, en las que los cuerpos despellejados -algunos todavía alentando- son apilados sobre la tierra, y los pellejos descarnados expuestos en los escaparates de establecimientos de lujo. Todos conocemos esa macabra realidad al igual que la mayoría de los ciudadanos, pero ninguno de los que luchamos por el respeto a los animales: ni los que estamos fuera ni aquellos que permanecen reclusos, romperíamos los candados de las jaulas y de las puertas de tales infiernos para condenar a esos seres y a otros a una muerte diferente.
Nuestro trabajo consiste en abrir, sí, pero la mente y el corazón de los seres humanos para que entre en ellos la capacidad de reflexionar ante el sufrimiento terrible que le causamos a los animales y que después, sean la ética y la ley quienes haga el resto. Y aquellos que para sí mismos hayan vetado definitivamente el paso a la compasión, la empatía y la generosidad, que al menos no den pábulo a la mentira y a la intoxicación, porque rescatar a cinco gallinas o a dos corderitos del corredor de la muerte y trasladarlos a un santuario, no es un crimen sino un revulsivo y un acto de justicia.
Entre eso y la acusación de la suelta incontrolada de miles de individuos de una especie catalogada como invasora, lo único que hay es la contumaz presión de esos personajes en los que la historia es tan pródiga: aquellos que edifican sus imperios sobre cimientos de cadáveres, levantando muros de falacias para que desde fuera, no se puedan escuchar los agónicos lamentos de unas víctimas cuyo sufrimiento llena sus bolsillos.