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LA ESPUMA DE LOS DÍAS

El peral ya estaba ahí

Publicado por
José L. Suárez roca
León

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E se peral ya estaba ahí cuando estalló la guerra. Habla el más viejo, tenía entonces once años. La cantina es un buen lugar para el reencuentro de la memoria y el olvido. Se aproxima una tormenta por el sur y algo pasa en el galpón de ahí abajo que no cesan de ladrar los perros. Ahora dicen que había un plan anarquista para asesinar a Franco el 14 de julio. A setenta y cinco años del comienzo de la Guerra Civil la memoria es un punzón oxidado que a traición les apuñala. A uno de ellos le pilló en Asturias. Y nos refugiábamos en los túneles del ferrocarril. ¡Ahora que las flores de la catalpa estaban estallando, viene otra vez la puta tormenta! Los soldados del pueblo iban a meterlos en cintura, eso decían. Los ojos del más viejo se enrojecen, y nos dan la espalda. ¿De qué lado te pusiste? Es el preámbulo a un silencio, fugaz pero durísimo silencio. ¡Hay que ver lo que cuesta recordar, lo que cuesta olvidar, una guerra civil! Y sus muertos, con su impudicia y su mutismo, siguen sin darse cuenta de lo que trastornan...

Estalla entonces la tormenta y los perros se callan y de nuevo regresamos al fragor de la guerra. Por el puente llegarían a la atardecida más de cien mineros. ¡Ya serían menos! Los falangistas se habían ido en una camioneta a unirse con los rebeldes en León... Otro silencio y pedimos más clarete. A la noche ya había muertos por las cunetas. Los dioses del rayo y el trueno nos ametrallan desde la peña de las Águilas. Al día siguiente este andaba por la calle disparando con una charrasca. Y el más joven ya tenía novia. Ella era de ahí, del otro valle, hija de un ferroviario que luego fusilaron...

Y hay un topo que le está deshaciendo la huerta al que un año más tarde se quedó huérfano, ¡maldito topo, que no le deja dormir en paz! Ah, ese bicho que cantó el poeta, «ante los ojos de los muertos/ abiertos solo para la eternidad,/ el topo,/ horadando su túnel tercamente...» ¡Si el olvido derogara la ley del insomnio! Y sin embargo nos gusta, por qué todavía nos gusta escuchar el relato de vuestra guerra, La Guerra, de aquel julio infernal de 1936, de aquel violento verano que se obstinó en perpetuarse... El más viejo aún es capaz de recordar una de aquellas fatídicas sentencias: «No podemos asegurar cómo va a morir ese hijoputa, pero si se cumple la justicia del pueblo morirá con los zapatos puestos».

Va escampando la tormenta. Se diría que aquí no pasó nada. Pero sí. Pasaron unos arcángeles en llamas que se llamaban Muerte... Y luego ha salido el sol, y los pájaros, y otra vez la polifonía de las flores de la catalpa. ¡Hay que ver cuánto cuesta olvidar, cuánto cuesta recordar, una guerra civil! El pueblo era más grande, y aquella loma estaba más lejos. Pero el peral ya estaba ahí.