EL BAILE DEL AHORCADO
Las vuvuzelas
C omo se aproxima la festividad de Santiago, voy (por una vez) a barrer para casa y a olvidarme de la prima de riesgo, de los problemas de la carnavalada de The News of the World , de la encendida defensa que Isabel Carrasco hizo del papel de las diputaciones y de la posibilidad de que en noviembre tengamos un nuevo Gobierno. Y es que lo que más me importa ahorita mismo es la fiesta del patrón que cierra España. Y no por el robo del Códice Calixtino, que también, sino por la verbena que cada año me veo obligada a soportar cuando se va acercando el 25 de julio. Y es que, aunque Trobajo y Madrid sean galaxias diferentes, por una vez me gustaría tener los mismos derechos que los vecinos de Chueca, por el ruido y tal. Una pensaba que, con la crisis, lo primero que harían los alcaldes de los pueblos del alfoz sería ahorrar vía jolgorios. Pues no. Parece que la sequía económica no impide que la horterada musical, los petardos y la vocinglería sigan marinándose en un estado de perfecta vulgaridad. Porque desde que el buen tiempo ha comenzado, ha regresado el atronador sonido de la discoteca móvil, un producto del ocio de la banlieue que debería estar en la lista de pecados capitales de los indignados del 15-M. Y encima, ahora, Santiago. ¿Cómo les diría? Las desagradables notas de las vuvuzelas se vuelven suaves y melódicas comparadas con el ruido con el que el Ayuntamiento de San Andrés nos embelesa apenas llega el 22 de julio. Es de tal armonía que sería capaz de hacer que las musas visitaran a Torrente. Ya se que se trata de un discurso incapaz de traspasar el papel, pero al menos me gustaría tener derecho al pataleo y a la demagogia (parece un contrasentido utilizar tal palabra en este contexto) y pedir al nuevo alcalde que ahorre todo el dinero que el Ayuntamiento de San Andrés usará para alimentar mi insomnio y lo destine a enjugar las deudas y hacer más fácil el pago de los salarios de sus funcionarios. Aún recuerdo la primera vez que me asaltó el patrón de España en mitad de la noche. Creí que una banda integrada por Los Chichos, Georgie Dann y la lambada había asaltado mi casa. Al día siguiente, esos homicidas del buen gusto volvieron a colarse en mi habitación. Y así llevo 24 años. Por eso, cuando escuché que en Chueca Gallardón había repartido cascos, pensé que el ejemplo podría cundir y que tal vez este año, con el cuarto de siglo, podría dormir la noche del 25.